Artículo publicado en Bandera Proletaria n° 37, 13 de octubre de 1922, pág. 1.
El nuevo gobierno capitalista: Exigimos de él que nos combata con lealtad
Desde ayer tenemos un nuevo gobierno. Este hecho, si bien no representa nada fundamental capaz de torcer el camino que conduce a la emancipación de los trabajadores, conviene señalarlo, apuntando algunas observaciones que pueden sernos útiles al afrontar las inevitables luchas del futuro. Los hombres elevados al poder en el día de ayer por voluntad del mundo capitalista, cuyos intereses han de defender en nombre de la “patria”, tienen características diferentes a los que lo han abandonado, después de realizar la misma defensa. Las características a que nos referimos se refieren, como es natural, a las modalidades de la defensa y no al espíritu de injusticia, igualmente triunfante en la presidencia que se fue, en la que se inicia y en las que han de suceder a la actual.
Dados los “personajes” que lleva como colaboradores el actual presidente, creemos que su política respecto al movimiento sindical será más franca, aunque igualmente brutal que la seguida por quien acaba de abandonarle la banda y el bastón. De los ministros nombrados, el que no es miembro conspicuo de la Liga llamada patriótica, es militante de los círculos más reaccionarios del capitalismo. Se comprende, entonces, que la panacea única con la cual han de intentar la solución de cualquier conflicto entre la burguesía y el proletariado, haya de ser la fuerza, última razón de la ignorancia prepotente que acaba de tomar las riendas de este estado capitalista.
En cuanto al gobierno saliente, la clase trabajadora ha sido agredida constantemente por él, en una forma atravesada y hasta cobarde. Habiendo subido al poder con el programa de la “constitución”; después de haber declarado uno de sus ministros en plena “alta cámara” la inconstitucionalidad de las leyes social y de residencia; cuando las amabilidades del funesto presidente parecían mayores para la clase trabajadora, ésta era atacada de la manera más abusiva y sanguinaria. Aún entonces, durante las masacres y después de las masacres, el gobierno no sabía nada, no estaba enterado de nada. La semana de Enero, episodio de un país civilizado como dicen que es éste en el cual trabajamos, esa conspiración policial contra la tranquilidad y la vida de los trabajadores, sólo es concebible en una nación sometida a la férula de un ignorante o un déspota. La capital de la república estuvo durante esa semana se sangre, entregada a la más canallesca de las simulaciones revolucionarias con el fin de justificar los crímenes horrendos que los sicarios estaban llevando a cabo contra la gente de trabajo. Para confirmar la verdad de lo que decimos, bastará observar esa modalidad que, según los partes policiales de aquellos días tenebrosos, había tomado la lucha obrera, consistente en los ataques intentados contra las comisarías. Bien sabido es que la tradición revolucionaria del partido al cual pertenecerá el poder, era esa precisamente: los asaltos a las comisarías. Se intentó pues aplicar esa tradición al movimiento obrero, para que los patriotas ingenuos creyeran que el peligro bolscheviqui era real y que la policía y el ejército cumplían con su misión de defender la patria y las instituciones. El presidente dejó obrar, y cuando alguien quiso que asumiera la responsabilidad de tanto crimen, declaró que no sabía nada.
Esta misma irresponsabilidad del gobierno púsose en evidencia cuando se inició la aplicación de residencia y la ley social, “esas leyes anticonstitucionales que el ejecutivo no iba a aplicar”. Las aplicó sin asumir francamente, valientemente la responsabilidad que pudiera corresponderle en tal determinación. La policía aprendió a cientos de compañeros y sin decreto, sin orden legalizada del gobierno, como lo dispone la inicua ley de residencia, se inició la expatriación de trabajadores, y sólo la negativa de las empresas navieras a conducir tanta gente al destierro, puso un freno a la barbarie policial dueña de nuestro hogar, de nuestra libertad y de nuestras vidas, por orden “verbal” del ejecutivo, del presidente de la república.
Las masacres patagónicas, última hazaña del gobierno de sangre que acaba de dejar el poder, han revestido tales caracteres de cobardía y de iniquidad, que sería difícil encontrar, no ya en los anales del país, sino en el extranjero, un asesinato de trabajadores de tal magnitud, por el número de las víctimas y por los procedimientos usados para martirizarlos y ultimarlos. Las denuncias hechas por los diarios y periódicos editados por los trabajadores y hasta por algunas empresas burguesas, no fueron suficientes a contener la obra de los asesinos, ni movieron un músculo del hombre torvo y frío en cuyas manos estuvo el evitar la horrenda hecatombe de honrada gente de trabajo. En este caso, como en los anteriores, cuando algunos sindicatos denunciaron al ejecutivo la nefasta obra de la policía y el ejército en la Patagonia, el presidente pidió… que lo informen. Mientras así se hacía el desentendido quien estaba perfectamente enterado de todo, el jefe de los sicarios que intervinieron directamente en las masacres, era trasladado a un puesto de «honor” en el ejército, suponemos que como agradecimiento a su espléndida obra de delincuente y de bandido…
Y toda la labor “obrerista” del presidente que acaba de irse, ha sido esa. Taimado, irresponsable, sin pizca de valentía y de pundonor, acariciaba las espaldas de las víctimas, mientras las órdenes “verbales”, las señalaban a los verdugos. No desearíamos que el nuevo gobierno hiciera uso de los mismos procedimientos oscuros y traicioneros. Lo queremos enemigo leal y franco. Que no se llame independiente y ecuánime, mientras se somete a los caprichos y mandatos de las grandes empresas capitalistas, a las órdenes de los jefes del ejército, a las insinuaciones de los “patriotas” organizados en cuadrilla de asesinos.
Y este leal enemigo hacia los trabajadores, es lo que puede esperarse de los “aristócratas” que ayer se hicieron cargo de los puestos defensivos del capitalismo en este país. Queremos, también, que se hable claro; que no se nombre el patriotismo cuando se persigue y se masacran trabajadores para resguardar los fuertes intereses del capitalismo extranjero; que se proclame con claridad la identificación del sentimiento patriótico con las ambiciones del capitalismo; que se diga lealmente que la constitución y las leyes amparan a los especuladores y dueños de la riqueza social, y que un intento de mayor justicia y de mayor libertad por parte de los trabajadores es un delito colocado al margen de la ley, al margen de la constitución, al margen de la patria.
Si el nuevo gobierno tuviera la franqueza que le exigimos, quizá atenuara en algo la maldad de los crímenes que de él esperamos y contra los cuales es muy necesario que los trabajadores vayan preparando la defensa.