Dirigida a Le Socialiste, de París. Reproducida en El Socialista n° 6, Madrid, 16 abril 1886, p. 2.
Lieja, 8 de abril.
El furor popular se ha desencadenado.
La miseria más profunda y el hambre más atroz han sublevado las masas. La anarquía económica ha engendrado la anarquía en la violencia. Las mujeres, que ven morir de hambre a sus hijos, provocan a sus maridos al combate. Y esos actos de venganza son muy naturales en un país donde el obrero se halla completamente a la merced de los explotadores, sin que ninguna ley limite la rapacidad de éstos. La situación obrera, en estos últimos meses, se había hecho intolerable. Los salarios de una jornada de trece horas, en las minas de la cuenca carbonífera de Lieja, es en la actualidad de 2 francos a 2 francos 50 céntimos, y últimamente los mineros sólo trabajaban la mitad del tiempo, de suerte que la quincena del obrero ascendía apenas a 20 francos. El ingreso anual de una familia minera, si el trabajo no se interrumpe, llega apenas a 750 francos. Lo cual no bastaba aún a estos buenos burgueses cristianos, quienes a cada quincena hacían reducciones de salario de 10 y 20 por 100.
Y entre tanto, los propietarios de las minas engordan ganando millones, según nos lo dicen con orgullo los informes de las Compañías mineras. El director oficial de las minas del distrito de Lieja dice, en su Memoria-informe al Gobierno, que las Compañías por acciones han obtenido en 1884 un beneficio líquido mayor en una tercera parte que el beneficio del año anterior «merced a la reducción de los salarios». En 1883, el beneficio líquido fue de 1.238.091 francos, y en 1884 de 1.935.825 francos. Pero este documento inapreciable vale la pena de que lo cite: «El resultado general de las operaciones, en el año transcurrido, es mucho más satisfactorio que lo fue el del año anterior, que era ya mejor que el del año 1882. Debe atribuirse este resultado únicamente a la disminución de los gastos de producción, la cual ascendía a 8 por 100, y es el resultado de una reducción de salarios en más de 50 por 100.»
Así, por confesión de un director oficial, los ricos propietarios de las minas mejoran su situación de año en año, disminuyendo los salarios de los que los enriquecen. Y después de esto se habla de bandidos, de ladrones, de asesinos, impulsados por extranjeros… No se quiere convenir en que los sucesos de Bélgica son el producto de la miseria creciente y de una explotación sin freno. El choque vino, no de una demanda de aumento de salario, sino al contrario, de resultas de una nueva reducción. Además, los obreros pedían el permiso de salir de los pozos una vez el trabajo terminado, pero los propietarios opusieron una negativa a esta petición tan natural. ¡Cómo, los trabajadores no están contentos con permanecer en las tinieblas por espacio de quince horas! Resueltamente, los mineros se hallan bajo la influencia de los socialistas alemanes y franceses, esos enemigos de la sociedad, de la propiedad y de la moral, y es preciso absolutamente extirparles por todos los medios posibles. La santa policía y la soldadesca pusieron manos a la obra: las primeras víctimas fueron una mujer y un niño, y entonces la cólera del pueblo estalló, y cadáveres y sangre y humeantes ruinas señala el camino por donde ha pasado la tormenta popular. Los desheredados no tienen nada que perder, al contrario; mientras que la burguesía tiembla ya por su vida, y debe temblar día y noche por sus placeres y por sus bienes robados, pues la época de la justicia revolucionaria se acerca.