Artículo publicado en La Protesta, suplemento semanal, n° 68, Buenos Aires, 7 de mayo de 1923, pp. 1-2.
Un poco por temor al calificativo de divisionistas, y otro poco porque han hecho un verdadero culto de la unidad del proletariado —unidad de clase, ya que ideológicamente las divisiones en grupos doctrinarios representa el aspecto más característico del movimiento social contemporáneo—, hay compañeros que creen factible llegar a descubrir una fórmula “integral” que concilie, en las organizaciones obreras, las diversas opiniones que provocan los actuales antagonismos. A nuestro modo de ver, se repite, al sentar ese criterio unitario, el viejo error “neutralista” que hizo posible la degeneración del sindicalismo revolucionario y dejó al movimiento obrero librado a la influencia de los peores elementos políticos.
Si lo que nos separa de los marxistas es la concepción general del problema social, tanto en la táctica como en la teoría revolucionarias, y si ese choque de opiniones debe producirse inevitablemente en el terreno de la lucha sindicalista, no es posible olvidar esa circunstancia en la apreciación del propio movimiento obrero. ¿O es que los anarquistas debemos aceptar la premisa de que el proletariado, por ser una clase económicamente bien determinada, representa moral e intelectualmente una unidad indisoluble y coherente en todas sus manifestaciones y realiza por lo mismo acciones revolucionarias bien definidas? Eso sería, a juicio nuestro, dar demasiada importancia al factor económico y subordinar a las influencias del medio —desarrollo del capitalismo, agitaciones provocadas por la desocupación, la carestía de la vida, etc.—, los problemas del espíritu y de la conciencia, que para los anarquistas constituyen el móvil de todos los avances progresivos de la humanidad.
La cuestión en que con más frecuencia chocamos con los compañeros europeos que militan en las organizaciones obreras, es la que se refiere a la táctica del sindicalismo en relación con la doctrina anarquista. Aceptando, como nosotros, que los sindicatos obreros pueden llenar una alta función revolucionaria si se orientan de modo que estén abiertamente frente al Estado y a los partidos estatistas, la mayoría de los camaradas de Europa tratan, sin embargo, de conciliar su ideología —que rechaza la concepción disciplinista y autoritaria del marxismo— con la unidad de clase que suponen debe ser la síntesis del proceso ideológico del proletariado.
Por supuesto que nosotros no aceptamos la división de actividades y de actitudes en diversos campos de influencia: creemos que si la lucha ideológica se mantiene en el terreno político es imposible pretender que exista conciliación en el terreno gremial en el que también chocamos con nuestros adversarios en ideas. Porque si el movimiento obrero es algo más que un “medio económico” para la lucha económica, y el proletariado representa un rol más importante que el que supone esa lucha por la conquista del pan, debemos admitir que los mismos motivos de divergencia deben existir, para nosotros, en el sindicalismo y determinar una posición doctrinaria no concordante con el concepto de los marxistas.
Al movimiento obrero, si en realidad le concedemos valores revolucionarios, debemos llevar nuestras ideas sin temer a las desgarraduras que podamos producir con nuestros “exclusivismos” en ese pretendido organismo homogéneo de clase. ¿O es que debemos atenernos a esa supuesta unidad económica, buscando los puntos de contacto que puedan unirnos con nuestros adversarios en ideas y renunciando a los principios que más fundamentalmente nos separan?
Nos sugiere estas reflexiones el artículo del compañero Luis Fabbri “La organización obrera según el anarquismo”, publicado en el número 66 del Suplemento. En términos generales, puede decirse que el estudio del camarada Fabbri es una severa crítica a la teoría y a la táctica empleadas por los marxistas en las organizaciones obreras a fin de someter a su domino a los trabajadores organizados. Pero, dejándose llevar por la ficción unitaria —ese que nosotros llamamos el prejuicio de los sindicalistas revolucionarios— y hasta olvidándose de su propia crítica al marxismo, nuestro compañero pretende que es posible mantener una organización obrera revolucionaria independiente de toda ideología.
En la última parte de su artículo, el compañero Fabbri dice lo siguiente:
“… al menos, según mi parecer, en el campo de la organización obrera lo que sobre todo importa es la unidad: es decir, que la organización sea tal que todos los obreros (comprendidos, naturalmente, los anarquistas) pueden adherir a ella sin violentar su conciencia y sin sentirse incómodos. Por esto no debe hacer suyo ningún programa de partido ni ninguna especial ideología, debe ser autónoma e independiente de todos los agrupamientos y partidos exteriores, su orientación general lo mismo que sus métodos deben ser más una resultante de los hechos que de las teorías o etiquetas exteriores y el producto del grado efectivo de conciencia alcanzado por las masas proletarias”.
No podemos explicarnos como se llegaría a realizar ese milagro integralista… Como nosotros no creemos que el proletariado sea una entidad moral homogénea, capaz de contener en sí mismo —por su condición de clase explotada— los valores ideológicos que enaltecen al hombre y lo colocan a un nivel superior, de ahí que rechacemos ese concepto de las organizaciones obreras al margen de los grupos políticos o doctrinarios.
Porque el movimiento proletario, además de un propósito económico interpreta un grado de cultura y de civilización, aceptamos esa división que imponen las ideas en el terreno sindical. Los sindicatos obreros deben representar los diversos matices de la ideología socialista: ser un medio de acción para cada uno de los grupos doctrinarios que desarrollan sus actividades en el seno de la clase trabajadora. Pero ¿es que realmente no existe un sindicalismo coordinante con la propaganda de cada fracción doctrinaria, ya sea respondiendo a la influencia de los socialistas o comunistas autoritarios, ya interpretando prácticamente el concepto puramente clasista del sindicalismo prescindente, o bien coordinante, en lo que le permiten las circunstancias, con la prédica libertaria de los anarquistas?
La realidad del movimiento obrero está en esa división en medios o radios de influencias. En el conjunto sindical —en el medio impreciso que conocemos como proletariado— se agitan las ideas más contradictorias e irreconciliables, y el choque es permanente en las agrupaciones obreras que no llegaron a una síntesis ideológica para precisar su conducta, o, en el peor de los casos, a darse una norma de disciplina que impida la acción “disolvente” de los descontentos.
Contrariamente a lo que opina el compañero Fabbri, nosotros sostenemos que es necesario llevar a las organizaciones la beligerancia de doctrinas y todos los elementos ideológicos que puedan ser motivo de desintegración de esos organismos mastodónticos incapacitados para llevar a cabo un movimiento contra la voluntad de los jefes y la conveniencia de los partidos que, oficial o extraoficialmente, los dirigen. Y si ese choque de opiniones es, además de inevitable, absolutamente conveniente, ¿en razón de qué principios de dinámica social de interés inmediato hemos de velar por la unidad de clase del proletariado? Esa unidad no existe realmente ni aún mirada desde el punto de vista económico. En consecuencia, lo que nos interesa a los anarquistas, es desarrollar una organización concordante con nuestra ideología en el movimiento obrero, para así llegar al sindicalismo libertario: a la teoría anarquista aplicada a la táctica del sindicalismo y encuadrada en un movimiento de liberación realizado por los trabajadores en el terreno de la lucha económica.
La verdadera conciliación debemos buscarla entre la doctrina anarquista y el movimiento obrero susceptible de transformarse en un movimiento ampliamente emancipador y libertario.