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ARCHIVO OBRERO

Mensaje del Consejo General a las secciones norteamericanas (11/7/1871)

Documento donde se denuncia la conducta observada por el representante de los Estados Unidos durante la lucha de la Commune y el Gobierno de Versalles; fue dirigido por el Consejo General de la Primera Internacional el 11 de julio de 1871 a las Secciones norteamericanas que formaban parte de la AIT.

«Ciudadanos:

El Consejo General de la Asociación considera como un deber el poneros al corriente de la conducta observada durante la guerra civil en Francia por M. Wahsburne, embajador americano.

El informe siguiente ha sido hecho por M. Robert Reid, escocés que ha vivido 17 años en París, y que durante la guerra civil ha sido corresponsal del Daily Telegraph, de Londres, y del Herald, de New York. Debemos hacer constar de paso que el Daily Telegraph, en interés del Gobierno de Versalles, ha llegado hasta falsificar los cortos despachos telegráficos que le remitía M. Reid.

M. Reid, de vuelta en Inglaterra, está pronto a confirmar por juramento su informe.

«I.—El ruido de toque a rebato, mezclado a los estampidos del cañón, continuaba toda la noche. Era imposible dormir. «¿En dónde están—decía yo—los representantes de Europa y de América? ¿Es posible que en esta efusión de sangre inocente no hagan algún esfuerzo de conciliación?» No pude soportar esta idea más tiempo, y sabiendo que M. Washburne estaba en la ciudad, resolví verle. Era, me parece, el 17 de abril; por otra parte, la fecha exacta puede determinarse por mi carta a lord Lyons, al cual escribí el mismo día.

Al llegar a los Campos Elíseos, que se encontraban en mi camino, para ir a casa de M. Washburne, encontré numerosos carros de ambulancia llenos de heridos y muertos. Las bombas estallaban al rededor del Arco del Triunfo, y muchas personas inofensivas habían sido añadidas a la larga lista de las víctimas de M. Thiers.

Al llegar al número 95, calle de Chaillot, me dirigí al conserje del embajador, que me envió al cuarto segundo. La elevación en que se habita es en París una indicación casi infalible de vuestra fortuna y vuestra posición; una especie de barómetro social. Aquí se encuentra un marqués en el primer piso y un humilde artesano en el quinto.

Ya en la cámara de los secretarios, pregunté por M. Washburne. —¿Deseáis verle personalmente? —Lo deseo.—Habiéndole pasado mi tarjeta, fui introducido en su presencia. Estaba tendido sobre un sofá, leyendo un periódico. Esperé a que se levantara; pero permaneció sentado con su periódico delante, con una grosería impropia en un país donde el pueblo es tan bien educado.

Dije a M. Washburne que haríamos traición a la causa de la Humanidad si no tratábamos de obtener una conciliación. Que lo consiguiéramos o no, era nuestro deber hacer una tentativa, y el momento parecía el más favorable, puesto que los prusianos apremiaban a Versalles para que tomase medidas definitivas. La influencia de América y de Inglaterra, reunidas, inclinaría la balanza en favor de la paz.

M. Washburne dijo: «Los hombres de París son rebeldes, que depongan las armas.» Yo le respondí que la Guardia Nacional tenía el derecho de guardar sus armas, pero que ésta no era la cuestión. «Cuando la Humanidad está ultrajada —añadí— el mundo civilizado tiene el derecho de intervenir, y os pido que cooperéis con lord Lyons para este fin.» M. Washburne: «Los hombres de Versalles no escucharán nada.»—«Si vos rehusáis—repliqué yo—la responsabilidad será toda vuestra.» M. Washburne: «Yo no lo veo así y no puedo hacer nada en este asunto. Mejor es que veáis a lord Lyons.»

Así se concluyó nuestra entrevista. Yo abandoné a M. Washburne muy descorazonado. Encontré un hombre duro y arrogante, sin el espíritu de fraternidad que debía encontrarse en el representante de una república democrática.

Por dos veces había tenido ocasión de conferenciar con lord Cowley, nuestro representante en Francia, y sus maneras francas y corteses formaban un contraste notable con el aspecto fino, pretencioso y altanero del embajador americano.

Insistí entonces con lord Lyons, escribiéndole que en interés de la Humanidad estaba la Inglaterra obligada a intentar un esfuerzo serio para la conciliación, convencido como estaba de que el Gobierno inglés no podía ver con frialdad atrocidades como las matanzas de Clamart y de Moulin-Saquet, por no hablar de los horrores de Neuilly, sin incurrir en la maldición de todo amigo de la Humanidad. Lord Lyons me hizo responder verbalmente por conducto de M. Edouard Majet, su secretario, que había dirigido una carta al Gobierno y que aceptaría con gusto toda comunicación que le hiciera sobre el mismo asunto. Hubo un momento en que fueron muy favorables las circunstancias para una conciliación, y si nuestro Gobierno hubiera echado su influjo en la balanza, se hubieran ahorrado al mundo las carnicerías de París. De todos modos, no fue culpa de lord Lyons si el Gobierno inglés falló a sus deberes.

Volvamos a M. Washburne. El miércoles 24 de mayo, después del mediodía pasaba por el boulevard de los Capuchinos, cuando oí que me llamaban por mi nombre, y al volverme vi a M. Hossart al lado de M. Washburne en una carretela abierta, rodeados de gran número de americanos. Después de los saludos de costumbre, entré en conversación con el Dr. Hossart. La conversación, que versaba sobre las escenas horribles que pasaban en los alrededores, se hizo general, cuando M. Washburne, dirigiéndose a mi con el aire de un hombre que está seguro de lo que dice, exclamó: «Todos los que pertenecen a la Commune y los que simpatizan con ella serán fusilados

¡Ah! Yo sabía que se asesinaba a ancianos y mujeres por el crimen de simpatía, pero no esperaba oírlo decir semioficialmente por M. Washburne: en el momento en que pronunciaba estas sanguinarias frases todavía, era tiempo para que hubiera intentado salvar al arzobispo.

II. —El 24 de mayo fue el secretario de M. Washburne a ofrecer a la Commune, que estaba en la alcaldía del 11.° distrito, una proposición emanada de los prusianos para un arreglo entre los versalleses y los federales, sobre las bases siguientes:

Suspensión de las hostilidades;

Reelección de la Commune por un lado y de la Asamblea Nacional por el otro;

Las tropas de Versalles abandonarían París y se situarían alrededor de las fortificaciones;

La guardia de París continuaría en manos de la Guardia Nacional;

Nadie sería perseguido por servir o haber servido en el ejército federal.

La Commune, en una sesión extraordinaria, aceptó estas proposiciones, estipulando que la Francia tendría dos meses para prepararse a las elecciones generales de una Asamblea constituyente.

Tuvo lugar una segunda entrevista con el secretario de la embajada americana. En su sesión de la mañana del 25 de mayo resolvió ésta enviar cinco individuos, entre ellos Vermorel, Delescluze y Arnold, como plenipotenciarios a Vincennes, en donde debía encontrarse, según dijo M. Washburne, un delegado prusiano; pero la diputación fue detenida por los guardias nacionales de la puerta de Vincennes.

A consecuencia de esto tuvo lugar una última entrevista entre el secretario americano y M. Arnold el 26 de mayo; provisto éste de un salvoconducto se presentó él misino en Saint-Denis, pero no fue recibido por los prusianos.

El resultado de esta intervención americana (que hacía creer en un armisticio y en una intervención de los prusianos entre los beligerantes), fue paralizar en el momento más crítico de la defensa por espacio de dos días. A pesar de las precauciones tomadas para mantener secretas estas negociaciones, llegaron a conocimiento de los guardias nacionales, que, llenos de confianza en la neutralidad prusiana, se dirigieron a las líneas prusianas para constituirse prisioneros. Ya se sabe cómo fue engañada esta confianza por los prusianos, que los recibieron a tiros, y que entregaron, los que sobrevivieron, al Gobierno de Versalles.

Mientras duró la guerra civil no cesó M. Washburne, por conducto de su secretario, de manifestar a la Commune sus ardientes simpatías hacia ella, que no manifestaba públicamente por impedírselo su posición diplomática, afirmando también al mismo tiempo su decidida reprobación hacia el Gobierno de Versalles.»

Este párrafo II está escrito por un miembro de la Commune de París, que está dispuesto, como M. Reid, a prestar juramento de la verdad de sus asertos.

Para apreciar mejor la conducta de M. Washburne es necesario leer las declaraciones de M. Robert Reid y las del miembro de la Commune como un todo completo, como la prueba y la contraprueba de un mismo grabado. Mientras que M. Washburne decía a M. Reid que los comunalistas eran rebeldes y que merecían su fuerte, manifestaba a la Commune sus simpatías por ella y el desprecio que le inspiraba el Gobierno de Versalles. El mismo día 24 de mayo, cuando en presencia del doctor Hossart y de muchos americanos decía a M. Reid que los comunalistas y los que simpatizaban con ellos perecerían todos, manifestaba a la Commune, por medio de su secretario, que serían respetadas las vidas, no solamente de sus miembros, sino también las de todos los individuos del ejército federal.

Os rogamos, pues, ciudadanos, que pongáis estos hechos a la consideración de la clase trabajadora de los Estados Unidos, invitándole a que decida si M. Washburne es digno de representar a la República americana.»

Fuente: El Socialista n° 13, Madrid, 4 junio 1886, pp. 3-4.

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