Publicado en El Socialista n° 9, Madrid, 7 de mayo de 1886.
A pesar de las bárbaras matanzas de los Van der Smissen, los socialistas belgas, sin demostrar temor alguno, prosiguen trabajando por sus ideas: ha poco han celebrado en Gante un Congreso, cuya orden del día la formaban los puntos siguientes:
Memoria del Consejo General acerca del estado moral y material del Partido.
Manifestación del 13 de junio y medidas que deben adoptarse para llevarla a efecto.
Organización interior del Partido Obrero (Federaciones locales en las principales poblaciones).
Legislación internacional del trabajo, crisis industrial, derecho al trabajo, aumento de salario, disminución de horas de trabajo, constitución de sociedades de oficio para obreros de uno y otro sexo, etc.
Cuestiones administrativas, caja de resistencia, punto donde ha de residir el Consejo General, fecha y sitio en que ha de celebrarse el próximo Congreso.
La entrada de los delegados socialistas en Gante produjo una verdadera ovación.
El primer punto que se puso al debate fue la gran manifestación del 13 de junio para reclamar el sufragio universal. Todos los delegados se pronunciaron enérgicamente porque tenga lugar. «Nosotros no tememos la revolución» —ha declarado nuestro amigo Ansseele en medio de los entusiastas aplausos de los delegados. Con objeto de resolver sobre el punto indicado se discutieron las siguientes proposiciones:
1ª Si la manifestación se verifica en Bruselas el 13 de junio, el Consejo General del Partido Obrero, de acuerdo con las organizaciones obreras de los principales centros, se encargará de su organización.
2ª Si la gran manifestación fuera prohibida, se verificarán manifestaciones parciales en las capitales de todas las provincias.
3ª Si se prohibiesen también estas manifestaciones, el Partido Obrero celebrará un Congreso extraordinario para acordar lo que debe hacer.
Al Congreso que acaba de celebrarse en Gante han asistido 400 delegados.
—La insurrección de los obreros de Lieja y de la cuenca hullera, aunque desorganizada y vencida por la fuerza, ha aterrorizado a los burgueses belgas. El ejército, en el cual tanta confianza habían tenido hasta aquí, creyendo que, al par que defendería sus privilegios y sus bienes, asesinaría a los explotados, el ejército belga les asusta tanto casi como los obreros sublevados. Todo el mundo —el mundo burgués— habla de la necesidad de reorganizarle. El sanguinario Van der Smissen ha hecho un llamamiento a la opinión, señalándole «el peligro que se corre en tener un ejército reclutado solamente entre las familias que no poseen nada».
Para evitar esto, propone que se incorporen a él los hijos de los burgueses; pero como no es del agrado de éstos ejercer el oficio de soldado, añade que los hijos de los burgueses podrían vivir fuera del cuartel, no comer rancho, estar exentos de pasar lista, no hacer ningún servicio, en una palabra, no sufrir ninguna de las molestias que solamente los obreros son buenos para soportar.
Lo que quiere decir que los burgueses no serán soldados más que para lucir el traje, y que la defensa de la propiedad burguesa será confiada, como antes, a los desposeídos. Este es el gran peligro para la sociedad capitalista.