Publicada en El Socialista n° 15, Madrid, 18 de junio de 1886, p. 3.
CARTA DE ALEMANIA
Berlín, 30 de mayo de 1886.
El Gobierno ha llegado al final de su partida. Ni un numeroso ejército de espías, ni la policía, ni la prensa que tiene a sueldo, nada ha podido detener el movimiento socialista. La inicua ley dictada contra éstos, ha producido, en los ocho años que cuenta de vida, el efecto contrario del que se proponían el Gobierno y todos los partidos, esto es, la masa reaccionaria. El socialismo tiene hoy mucha más fuerza que antes de 1878. El jefe de los polizontes, el ministro del Interior, M. Puttkammer, acaba de publicar un ukase prohibiendo las reuniones en Prusia; los demás gobiernos germánicos no tardarán en seguir el buen ejemplo dado por Bismarck. Debo decir que Puttkammer no es más que un doméstico de Bismarck, y por consiguiente que aquel ukase ha sido ordenado por éste. Las huelgas, pues, serán suprimidas en adelante por la voluntad de Puttkammer, Bismarck, policía y Compañía. Puttkammer ha dicho en el Reichstag, al ser interpelado sobre esta cuestión, que en todas las organizaciones obreras domina el espíritu revolucionario de los socialistas, y que el Gobierno tiene el deber de defender la sociedad y el orden por todos los medios posibles. Es cierto que dicho ukase es contrario a la ley, a la Constitución, que autoriza las coaliciones y las huelgas; pero ¿qué no ha de hacerse para salvar la moral y la sociedad, ese viejo estribillo de todos los gobiernos autocráticos?
Un segundo acto de salvajismo social es el haber declarado en estado de sitio a una pequeña población fabril, Spremberg, situada a corta distancia de Berlín. El estado de sitio es una de las reformas sociales del gran Bismarck. La razón alegada para declarar en situación excepcional a Spremberg es disparatada y ridícula, y consiste en que hace algunos meses unos cuantos soldados dieron varios cachetes a un guardia que quiso impedirles recorrer el pueblo llevando una bandera roja y cantando la Marsellesa. Spremberg, que, dicho sea de paso, no cuenta con muchos socialistas, se ha hecho por aquel motivo peligroso para la seguridad del Estado que alardea de ser temido por toda Europa; pero con la declaración del estado de sitio en Spremberg, se ha salvado el temible Estado y Europa deja de correr peligro.
La policía debe haberse convencido de que no tendrá ocasión de intervenir en nuestras huelgas, que se multiplican en todas las poblaciones importantes de Alemania. Especialmente aquí, en Berlín, podemos pasarnos perfectamente sin reuniones, siendo nuestra organización bastante poderosa para resistir las iras de Bismarck. Los fondos de nuestras Cajas están tan seguros, que por mucho que haga la policía no llegará a apoderarse ni de un céntimo siquiera.
Bismarck, a la vez que hace la guerra a los socialistas, ocúpase, cual padre solícito, del porvenir de sus queridos hijos. El mayor de ellos, el conde Herbert de Bismarck, ha sido elevado a la categoría de secretario de Estado, es decir, de primer personaje cerca de Bismarck, su querido papá. El hijo se distingue por su gran ignorancia, pero eso no es un inconveniente para ser vicecanciller con un sueldo de 50.000 marcos (62.500 pesetas), casi tan elevado como el de su padre, que es de 54.000 marcos (67.500 pesetas). Así es como se mira por el porvenir de los hijos. Ciertamente Bismarck es y sigue siendo un genio, pero un genio de brutalidad, un genio para el robo en grande, y aun para la mendicidad. Además, el príncipe de Bismarck es fabricante de schnaps, por cuya razón quiere introducir un nuevo impuesto sobre los alcoholes; es también fabricante de papel, y surte de este género a toda la burocracia prusiana. ¡El dinero no tiene olor! Tal es la divisa de Bismarck, «el hombre más grande de nuestro tiempo», según le llaman los lacayos de la ciencia, de la literatura y del arte.
El movimiento socialista se propaga cada día con más rapidez. Los periódicos creados por los obreros organizados son muchos. Se los prohíbe en una parte y reaparecen en otra bajo un nuevo título. Hace algunos días mis asuntos me llevaron a una población fabril, cuyo nombre no quiero citar—que lo averigüe la policía—y he encontrado en ella una organización magnífica, que no ha podido descubrir la policía, a pesar de llevar algunos años haciendo diligencias para dar con ella. Nuestros amigos de esta localidad celebran regularmente sus reuniones y tienen una Caja bien provista para atender a los distintos gastos del Partido.
El órgano oficial de éste, Der Social Democrat, qua se publica en Zúrich y aquí está prohibido, cuenta en dicho punto con novecientos suscritores, y los folletos de la biblioteca socialista circulan por cientos. La propaganda se hace con energía y sin frases, sin fanfarronadas. «Aunque la ley de excepción—me dijo un amigo— es muy cruel e individualmente nos causa daño, ella nos ha fortalecido y aumentado considerablemente nuestras filas. Para decíroslo todo, no hay en nuestra población, tan abundante en fábricas, ni un solo taller ni una sola fábrica donde los socialistas no se cuenten en gran número. La policía es impotente aquí para detener el aumento de nuestras fuerzas.» Yo mismo he asistido a una reunión, donde fui sorprendido por la presencia de bastantes mujeres: también ellas empiezan a comprender que sus intereses están estrechamente unidos a los de los obreros. Por otra parte, el movimiento de las obreras se nota en todas las grandes poblaciones, donde lo mismo las mujeres solteras que las casadas se han organizado en sociedades de resistencia. Dos periódicos, uno en Berlín y otro en Offembach, han sido fundados especialmente por mujeres y para la defensa de las mujeres. Habiendo en Alemania una ley que prohíbe las organizaciones mixtas de obreros y obreras, las mujeres no pueden pertenecer a ninguna organización política, ni siquiera frecuentar las reuniones públicas.
E. Warner.