Publicada en El Socialista n° 9, Madrid, 7 mayo 1886, p. 3.
París, 2 de mayo de 1886.
Escasas serán las noticias que contendrá mi carta de hoy. Todo el interés de la política del día se concentra en la elección de un diputado por París, que tiene lugar en el momento en que escribo, y de cuyo resultado no podré dar cuenta hasta pasados uno o dos días.
Ya conocen nuestros lectores la importancia excepcional de esta elección legislativa, que plantea por primera vez ante los electores parisienses una fase de la cuestión de la propiedad, de una manera práctica, tangible y, por decirlo así, ineludible, fatal. En la lucha que los mineros de Decazeville sostienen con heroica firmeza, de dos meses a esta parte, contra sus infames explotadores, no se trata ya de una simple huelga, sino de la reivindicación de la propiedad de la mina a favor de la nación; y Ernesto Roche, uno de los combatientes de la batalla electoral de hoy, es el candidato de los mineros. Así lo han declarado el Comité de la huelga y la Cámara sindical de Decazeville, y en tal concepto sostienen su candidatura todas las agrupaciones socialistas revolucionarias, en oposición al partido radical, que, reunido con los oportunistas y demás republicanos «pacíficos»—léase burgueses—apoyan a un tal Gaulier.
Jamás, en ninguna elección, la cuestión social se había presentado en una forma tan clara y patente. Por esta razón, a pesar de la escasa notoriedad de los candidatos—Roche es un modesto grabador que redacta en L’Intransigeant el Movimiento Obrero, y Gaulier un oscuro redactor de Le Rappel, completamente desconocido del público parisiense—la contienda electoral que se está resolviendo reviste todos los caracteres de un acontecimiento de primer orden.
No de otro modo lo ha comprendido la burguesía republicana, que con elocuente unanimidad se ha agrupado en torno del redactor de Le Rappel. Desde La Justice, órgano de Clemenceau, hasta La Republique Française, órgano de Ferry, pasando por el periódico del judío Meyer, La Lanterne, y Le Voltaire, del tránsfuga Rane, todos los periódicos republicanos burgueses apoyan enérgicamente esta candidatura de clase. Y para que nada falle a tan significativa manifestación, los diarios bonapartistas y orleanistas, si bien no la sostienen abiertamente, se abstienen de presentar otro candidato de sus opiniones políticas, y algunos de ellos declaran que sienten no poder apoyar una candidatura de «conservación social» que les es «simpática», y, aunque de un modo indirecto, aconsejan a sus correligionarios que voten por Gaulier.
En vano los organizadores de esta cruzada contra las justas reivindicaciones de los siervos de la mina, los mantenedores más o menos desinteresados de los aborrecidos privilegios de los capitalistas del Aveyrón han ideado, según tienen por costumbre, todo género de falsedades y de engaños para extraviar la opinión del pueblo de París, empezando por engalanarse, como el grajo de la fábula, con el nombre de socialistas— ¡oh sarcasmo!—y concluyendo por confeccionar a última hora un larguísimo programa, que titulan pomposamente «programa radical socialista», y en el cual el agente Gaulier, cuya elección debe costearla la Sociedad minera y metalúrgica del Aveyrón, reproduce con un cinismo incomparable las mismas idénticas promesas—supresión del Senado, separación de la Iglesia y del Estado, impuesto progresivo, supresión de los derechos de consumos, amnistía para todos los crímenes y delitos políticos, etc.—que sus patronos los Clemenceau, Maret, Segismundo Lakroix y consortes hicieron a sus electores hace apenas siete meses, en las elecciones de octubre, y que han quebrantado de un modo tan indigno como escandaloso. Nadie que tenga asomo de memoria puede caer en esta nueva grosera trampa de los radicales franceses.
Es verdad que en el flamante programa estos volatineros políticos prometen, por añadidura, a los obreros que agonizan de miseria «leyes de protección y de emancipación del trabajo». Pero ni una palabra de la cuestión palpitante, de la cuestión minera; ni una línea sobre esa lucha mortífera y desigual que sostiene toda una población de trabajadores desvalidos contra una cuadrilla de ladrones millonarios.
Otra de las razones que aumentan, sí es posible, el interés de la elección de que me ocupo, es la actitud que los obreros parisienses van a adoptar en vista de la conducta inequívoca de los radicales. Monsieur Clemenceau y su bando, que habían dictado hasta ahora la ley a los electores del departamento del Sena, esperan alcanzar hoy un nuevo triunfo. Nosotros tenemos confianza en que los trabajadores de París no desertarán de la causa de sus hermanos los huelguistas de Decazeville y enarbolarán, como en 1871, el estandarte de la emancipación del proletariado.