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ARCHIVO OBRERO

Críticas de la USA al Partido Socialista (1922)

Artículo publicado en Unión Sindical nos. 7 (20/5/1922, p. 1) y 13 (1°/7/1922, p.1).

El Comité Ejecutivo del Partido Socialista contra la organización obrera

Los jefes del social-patriotismo chauvinista, esos hombres sin escrúpulos que han subordinado siempre la doctrina a los intereses individuales; los que votaron la guerra en defensa de los aliados pagando los favores que el comercio brinda al partido, han iniciado su campaña de mistificaciones para quebrantar la unidad sellada recientemente por el proletariado regional.

Los sofistas del socialismo anodino en sus hechos colaboracionistas, esos sicofantes que en huelgas generales no han vacilado en atacar al proletariado en nombre del orden y la cultura, como ocurrió en 1910, cuando la insólita y criminal reacción policíaca y patriotera, pretenden ahora que su chafalonía de hueco verbalismo en el hemiciclo parlamentario sea cotizada en beneficio de la organización, como un método eficiente para el mejoramiento de la clase explotada.

¿Qué ha pretendido, qué fin persigue el Ejecutivo socialista en ésta y otras campañas análogas emprendidas en distintas épocas? Corromper y esclavizar el sindicalismo para amoldarlo, domesticándolo hasta lograr su objetivo: “Que la organización obrera se convierta en una rueda del carro electoral del partido”.

EI movimiento sindical que se mueve por impulsos propios, ha creado sus organismos de defensa y de combate, ofreciendo a los trabajadores las garantías que ningún partido político puede dar, consiguiendo mejoras económicas y morales dentro del taller, al que no alcanzan los proyectos elaborados en el parlamento por los falsos apóstoles que no obstante su inutilidad, aún se quieren arrogar atribuciones de mesías.

Contra el peligro de absorción, el sindicalismo reclamó e impuso su autonomía, sin preocuparse si esa resolución hería los particulares intereses de una secta, de una hábil camarilla o de un partido que a pesar de estar compuesto por elementos heteróclitos de todas las categorías sociales, tienen sus dirigentes el cinismo de sostener que es un partido de clase obrera.

Es pues lógico que al verse desplazados de la organización, al encontrar cerradas las puertas que en otrora les fue fácil franquear con la ganzúa del oportunismo, fulminen a los que no están dispuestos a ser escable de ambiciosos hambrientos de poder.

Pero si reconocemos el derecho al pataleo furioso en los polichinelas que jamás saben indignarse y tener arrebatos de vengativa cólera contra las arbitrariedades y crímenes del Estado, no estamos dispuestos a silenciar ni permitir que descaradamente se insulte al proletariado que milita y está al abrigo de la Unión Sindical Argentina.

No toleraremos que se desnaturalicen los hechos, que la insidia y la calumnia salgan victoriosas.

El Ejecutivo socialista miente en beneficio del partido y en detrimento de la organización obrera, cuando afirma que la unidad no se ha realizado y que el “grupo” triunfante ha marcado con infamante estigma a los delegados socialistas.

Los delegados socialistas, tanto como los de otras tendencias han sido respetados; no hubo “réprobos ni electos”; tampoco imposiciones; prevaleció lo que era natural: la absoluta independencia de los partidos políticos.

La beligerancia que se niega en la carta orgánica a los partidos no afecta a los obreros de esas tendencias políticas, pues el inciso a) del artículo 2° establece: “Libertad para exponer todos los asociados sus puntos de mira sobre la organización sindical, tendencias ideológicas, doctrinarias, etc.”

El Comité Ejecutivo socialista insulta a los obreros sindicalistas y comunistas, al Congreso de Unidad, cuando dice que “los sindicalistas y comunistas han revelado su impotencia, su incapacidad y lo deleznable de su obra”.

En esta campaña se observa el propósito de encender rencores entre los obreros de distintas tendencias que en un momento de lucidez, midiendo toda la responsabilidad de la hora histórica que atravesamos, han sabido establecer la diferencia que existe entre el Sindicato y el partido, proclamando para el primero el derecho a desenvolverse fuera de toda dirección extraña.

¿Habrá menester de puntualizar todos los casos en que los dirigentes del socialismo parlamentarista han desnaturalizado la acción revolucionaria de la clase trabajadora, pagando así el libre acceso al poder que le facilitó la burguesía con el sufragio “libre”?

Aunque le duela a la fracción reformista absorbida por los partidos tradicionales, la unidad se consolida definitivamente porque la mayoría del proletariado organizado quiere ser el artesano de sus propios destinos. Sabe que es el hecho y no la palabra quien arrancará al patronato las fábricas y talleres; sabe que es su fuerza propia la que pone en jaque al Estado y la que aniquilará el privilegio que le impide ser libre y gozar plenamente de la vida.

El Ejecutivo del partido socialista ha iniciado su campaña contra el engrandecimiento de la organización obrera; la unidad revolucionaria es por ellos negada por no aceptar la USA el tutelaje de esos sacerdotes amarillos que han canonizado al Estado; por no admitirle el derecho a que ellos piensen y resuelvan por la clase obrera, lo que solamente ésta es capaz de pensar y hacer desde sus propios organismos.

La política nada tiene que hacer con su amorfismo en los sindicatos; ella es la manzana de la discordia allí donde penetra; es el bizantinismo y la petulancia queriendo prevalecer sobre una clase que solamente tiene interés en capacitarse y no tiene tiempo que perder analizando fórmulas abstractas, ni puede entretenerse con las querellas de los ociosos retribuidos espléndidamente con el propio sudor de la clase que dicen y juran querer libertar.

Entre el Sindicato y el partido media un abismo que no se puede llenar con pomposas declamaciones. El partido exige que los obreros respeten la legalidad

estatista que oprime y mata, mientras que el sindicalismo revolucionario hace porque sus asociados violen, destruyan la legalidad, que sea ésta la que se adapte a una fuerza orgánica que emana del Sindicato.

La unidad está en marcha, la reclaman las imperiosas necesidades que siente la clase que soporta la condición de miseria y servidumbre impuesta por la “Democracia”, y no será la diatriba y la calumnia de los fariseos reformistas quien la detenga.

Insignificancia del socialismo como partido político y como fracción obrera

No es el nuestro un artículo “bombístico”, “revolucionario”, “plagado de fraseología y verbalismo”. Pueden leerlo los ciudadanos socialistas tan amantes de los guarismos, y los ferroviarios socialistas que se “honran” de pertenecer a un partido de “clase”.

Aquí irán sólo números, y con números —desvistiéndolos de toda proyección fantástica— vamos a demostrar, a demostrar hemos dicho:

1° Que el Partido socialista es una agrupación insignificante por su número y su extensión.

2° Que no es agrupación obrera, dado que entre sus reducidos componentes predominan los burgueses, los profesionales burgueses y los burócratas cuyas inclinaciones burguesas nadie desconoce.

Y para no caer en la odiosa “fraseología” que nos atribuyen y para no descubrir nuestra “bombística” condición de comunistas anárquicos, damos de inmediato comienzo a la demostración.

1° El partido socialista es una agrupación insignificante.

Los datos que utilizaremos para confirmar nuestra afirmación son de insospechable origen; los tomamos de “La Vanguardia”, fechada el 10 de abril de 1920, publicados a pedido de la “Comisión socialista de información gremial” y firmados por su secretario, mi ex compañero de trabajo y jefe de la sección zapatería de Don Avelino Cabezas, Luis Amodio.

En dicho año de 1920, el partido socialista tenía 3808 afiliados en Buenos Aires. No se daba el número de los que el partido tenía en el interior del país, pero en el Congreso de Bahía Blanca existían representados la minúscula cantidad de 4.300 afiliados, poco más, poco menos. Este partido socialista, liliputiense entonces, se disgregó después del mencionado congreso, quedando reducido a la suma de 2.400 asociados en toda la República. ¡Y estos dos [millares] y medio de socialistas pretenden dirigir a todo el proletariado argentino y libran ahora descomunal batalla por apoderarse de los 30.000 ferroviarios sindicados…!

2° El partido socialista no es obrero.

La demostración de esta verdad es evidente y abrumadora.

Según la estadística del mencionado “Comité Socialista de Información Gremial”, los 3.808 afiliados de la Capital Federal están divididos así:

Sindicatos ……………………….. 1.141

No sindicatos……………………. 2.667

Total…………………………………3.808

Como se ve, en el pequeñísimo partido de “clase” la inmensa mayoría no está sindicada. ¿Pero acaso estos 3.808 afiliados de Buenos Aires, son obreros?

Vamos a verlo, utilizando siempre la reveladora estadística.

Hay en el partido, desintegrado por gremios y profesiones, los siguientes “obreros”:

Abogados: 15; Comerciantes: 233; Comisionistas: 13; Constructores; 16; Corredores: 13; Dentistas: 6; Dependientes: 8; Dibujantes: 13; Empleados: 1.067; Estudiantes: 156; Farmacéuticos: 5; Periodistas: 13; Sin oficios: 32; Otros oficios (Escribanos, Arquitectos, Ingenieros, Empleados del Estado) 59; Total: 1.726.

De esta cifra de 1.726 afiliados que son burgueses o pertenecientes a la clase media, se desprende que casi la mitad de los aficionados al partido socialista no son productores, vale decir no pertenecen a la clase obrera.

Si a esta cifra se agregan algunos oficios cuyos obreros se consideran ajenos al proletariado, que no aceptan la lucha de clases, como los maquinistas ferroviarios afiliados en buena proporción, tendremos que más de la mitad de los socialistas militantes en el partido son ajenos a la acción especialmente sindical y de clase, ejercida por la trabajadora.

No se trata de afirmar —no es nuestro objeto— ni demostrar que el partido socialista realiza una función conservadora; deseamos solo evidenciar que es conservador, no solo por sus ideas sino también por sus componentes.

Y si de la colectividad pasamos a los dirigentes basta dar nombres para que nadie tenga la audacia de sostener la condición obrera del partido.

Los señores Justo, Di Tomaso, Pinedo, Dickmann, Bravo, De Andreis, Bunge, Repetto, Zaccagnini, etc., son de cuño burgués tanto como de mentalidad burguesa.

Fernando Gonzalo

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