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ARCHIVO OBRERO

Primer editorial de Unión Sindical (1922)

Publicado en Unión Sindical n° 1, 8 de abril de 1922, pág. 1.

El triunfo de una gran causa

Evaluación del Congreso de unificación que dio origen a la U.S.A.

La clase obrera de la región al proclamar la unidad en el Congreso realizado los días 6 al 13 de marzo, en esta Capital, afirmó su capacidad revolucionaria.

Las dolorosas derrotas que han acompañado a las luchas obreras en el último lustro han servido de provechosas enseñanzas, señalando a la clase trabajadora el verdadero camino, la acción eficiente a desarrollar contra la organización poderosa y compleja del capitalismo y el Estado.

El parcelamiento, la división de los núcleos obreros industriales, ha constituido siempre un factor capitalísimo para el triunfo del enemigo común.

Todo el secreto del poder; el origen de la violencia criminosa, el aumento de la soberbia y preponderancia capitalística-gubernamental que agrava y oprime los destinos de la clase obrera contemporánea, está contenido en la incapacidad inherente a la clase asalariada que obra en forma esporádica frente a un enemigo que actúa orgánicamente.

Para evitar el avance de los abusos ejercidos individual y colectivamente por los potentados y sus servidores; para impedir las masacres inauditas perpetradas en todo el territorio argentino; para poner coto a las tropelías sin cuento, a las acechanzas contra los asalariados que reclaman equitativas mejoras de vida, hubiera sido preciso mantenerse compactos, obrar coherentemente desde los bien fortificados cuadros sindicales.

No es dable admitir la posibilidad de una ofensiva contra los que nos vejan, martirizan y explotan, permaneciendo el trabajador distanciado del trabajador, el hermano de clase e intereses afines, reñido con el otro hermano por la sustentación de principios escolásticos; principios que ni son siempre la resultancia de la realidad, ni consultan las variables necesidades de cada época.

La división basada en los particularismos doctrinarios no podía ser un serio justificativo, desde que ella amenguaba, reflejaba la solidaridad en todos los conflictos con el patronato y el estado, sin que por ello se beneficiara ninguna ideología.

La división, era, pues, un cáncer que minaba, destruía las mejores energías del proletariado rindiéndolo antes de dar comienzo a la lucha franca y decisiva que aniquile el régimen que a todos por igual esclaviza y condena a las mayores zozobras económicas.

Y es así, como frente a las declamaciones bizantinas y a las actividades para obtener la supremacía partidista en detrimento de los intereses generales de la clase trabajadora, se impuso la aspiración noble, grande, fecunda, de hacer la unidad nacional del proletariado.

Respondiendo a este justo anhelo, la casi totalidad de las organizaciones de resistencia del país, enviaron sus delegados al Congreso realizado del 6 al 13 de marzo en esta Capital.

Las sesiones fueron agitadísimas, acaloradas, vehementes. Empero el antagonismo irreductible de las tendencias en pugna, el proletariado demostró su capacidad revolucionaria, el profundo espíritu de clase no sancionado una nueva escisión, como lo esperaba el capitalismo y sus agentes colocados entre las filas obreras para mantener encendido el fuego de la discordia fraticida.

El éxito de la magna Asamblea que dio vida a la nueva y ya poderosa institución regional, ha sido categórico. Las convicciones antipolíticas, antiestatales y revolucionarias de millares de trabajadores se han manifestado plenamente en todos los debates, obteniendo su culminación en la carta orgánica aprobada.

Las bases sobre que ha sido creada la Unión Sindical Argentina, es la más grande y significativa batalla ganada al capitalismo y sus adláteres.

Un proletariado responsable, impuesto de la misión que ha de cumplir para lograr su emancipación integral, viene a enfrentarse con el patronato y el gobierno defensor de esa clase privilegiada, para decirle que la época de obrar impunemente ha terminado.

Dura, pero lógica lección aplicada por los trabajadores a los que aún creían a nuestro proletariado materia moldeable en partidos que no son nunca, que no pueden ser la expresión de clase, sino una mezcla heteróclita de todas las categorías sociales.

Los trabajadores han afirmado rotundamente que sólo hay un organismo intérprete genuino de sus aspiraciones: el Sindicato. El Sindicato es el embrión de la nueva sociedad donde el trabajo permanecerá libre de todo monopolio.

Los sindicatos representan la más amplia autonomía individual, pero hace solidarios a todos los explotados en el hecho de defensa; les facilita la fuerza y la audacia necesarias para emprender la obra de trasuntar todos los viejos valores existentes y que se oponen a la instauración de una nueva era de libertad y bienestar.

No obstante las resoluciones y conclusiones a que arribó el Congreso de Unificación, no excluyen las diversas ideologías que sustenten los afiliados de los respectivos sindicatos que integran la U.S.A., aunque existan elementos interesados en mantener esa tesis.

Es necesario que se interpreten debidamente los articulados sancionados en el Congreso Unificador, no queriendo darle a las palabras un valor distinto del que poseen, en el torcido propósito de crear animosidades que tanto han perjudicado al proletariado militante.

Los trabajadores que han concurrido al Congreso han tenido una clara visión de la realidad. No habían venido con fines exclusivistas, atentatorios a la fraterna armonía que debe reinar entre los explotados, si en verdad se quiere que estos puedan hacer corpóreas, tangibles, sus reivindicaciones.

Teniendo en cuenta que las diferencias políticas y doctrinarias son el sedimento educativo del proletariado que tesoneramente lucha y se afana por la demolición del régimen capitalista; que la unión del proletariado no supone hacer tabla rasa de las ideas, ni tampoco amorfismo, amazacotamiento de elementos heterogéneos, pero que esas diferentes concepciones y métodos de lucha caben perfectamente en el amplio marco de la organización de clase, se aceptan las diferentes tendencias ideológicas, doctrinarias, y puntos de vista sobre la organización, libertad que no será restringida, mientras el asociado no esgrima la diatriba y la calumnia para el logro de sus propósitos, en perjuicio del propio organismo de clase y sus hombres.

Esta manera de encarar el problema de la unión proletaria tenía que dar el admirable resultado que hoy todos contemplamos con el legítimo orgullo de haber contribuido a dotar al proletariado revolucionario de una base sobre la cual pueden todos trabajar cómodamente por su liberación, sin que ninguna clase de mordaza impida dar libre curso a sus ideas proselitistas.

La organización sindical no decrece, no se vuelve raquítica ni languidece, porque los obreros que en ella militan piensen distintamente sobre los problemas generales; porque posean distintas ideas arquitectónicas sobre el porvenir; porque crean unos que en el futuro la alimentación será a base avena y otros sostengan que el problema será resuelto cuando el individuo asimile las substancias “nutritivas” de la piedra.

Las discrepancias sobre arte, filosofía, fisiología, embriología, etc., no pueden ser nunca una causa para que esos obreros nieguen la solidaridad obrera; manteniéndose impasibles cuando sus explotadores asesinan a mansalva a sus hermanos de clase en La Forestal, en Gualeguaychú, en Gualeguay, en los territorios del Sud, y en la propia capital federal saqueando sus bibliotecas, clausurando locales obreros, asesinando a sus más destacados militantes, encarcelando y deportando a los que eludieron la acción homicida de las hordas.

Y este triste, este horrible espectáculo fue el que brindó el proletariado militante en los distintos sectores revolucionarios, con las disputas fraticidas que le hacían olvidar los intereses vitales e inmediatos de clase, por objetivos problemáticos y lejanos.

Ningún enemigo tan grande de los intereses proletarios ha existido nunca como esa enconada división. Jamás hubiere la burguesía logrado reducir a la impotencia, colocar en situación tan ominosa a la clase trabajadora con todas las medidas represivas que tiene a su alcance, sin esas querellas internas que absorbieron por completo las energías que debían emplearse en combatir a su histórico enemigo.

Por eso el alcance trascendental del Congreso de Unidad, no puede menos que llenar de satisfacción nuestra vida de militantes, pues que ha venido a poner término a una situación insostenible.

La proclamación de la unidad hace renacer el optimismo, vuelve a llevar la esperanza, el deseo de lucha a las filas de los explotados, pues tienen ya la confianza —motor de todas las bellas y grandes obras— de que en las luchas que se avecinan, ningún trabajador dejará de permanecer fiel a la solidaridad obrera, en nombre de ningún banderío.

La U.S.A. cree, está convencida, que en todos los conflictos que sostenga la clase trabajadora en lo sucesivo, todos los obreros de la región han de sentirse solidarios, sosteniendo por encima de todos los intereses, particulares, doctrinarios o de partidos, el interés de la clase oprimida y expoliada.

El interés de todos los explotados está en vencer a la burguesía, impedir las humillaciones y afrentas que la clase enemiga quiere perpetrar con un trabajador, considerando que la humillación y afrenta que los explotadores realizan contra un miembro de la familia obrera interesa a todos igualmente, poniendo en movimiento todos sus efectivos en el propósito de obtener el fin que se persigue.

Desde fuera de la organización obrera cada asociado puede tratar de ganar adeptos para su causa. La persuasión por la palabra, por el folleto, el periódico y el libro, pueden ser elementos muy útiles sin atentar a la unidad moral y orgánica de la institución de clase.

Y es así como todos en este gran campo de siembra y experimentación podemos trabajar por la emancipación económica y política, sin olvidar los deberes contraídos con la organización obrera que recoge bajo de su bandera de mejoramiento y de combate a los obreros de todas las tendencias pero interesados en salir de la miseria y servidumbre mediante la conjugación de todas las fuerzas en ella contenidas.

Por otra parte, el sindicalismo revolucionario, cuyo contenido expresa la carta orgánica de la U.S.A., tiene la virtualidad de que carecen todas las escuelas doctrinarias. Mientras los doctrinarios tienen que valerse de las especulaciones filosóficas para persuadir a las masas sobre la sociedad que anhelan implantar sobre las ruinas del régimen burgués, el sindicalismo conduce a esas masas obreras a la revolución, no por medio de divagaciones doctrinarias, sino por medio de la eficaz persuasión empírica de los hechos, por la comprobación diaria de las necesidades que experimentan las muchedumbres.

Los trabajadores organizados en sus sindicatos de ramo e industrias tocan con la propia mano todas las posibilidades que de su parte existen para liquidar socialmente a la burguesía.

Y este juicio claro del problema social lo ha demostrado nuestro proletariado en su reciente congreso de unidad reclamando todo “El poder a los sindicatos”, para el caso de una efectiva revolución.

Al desinteresarse el proletariado de la política, arrojándola de sus organismos, demostró conocer los resortes que son precisos mover para producir el derrumbe del capitalismo y el Estado.

Sabe la clase trabajadora organizada que la burguesía será aniquilada a condición de retirarle el poder económico, y que las fuerzas que han de actuar no pueden encontrarse fuera de la órbita de la organización; sabe que los sindicatos de producción son las células constitutivas de la nueva sociedad, por eso todos sus esfuerzos tienden a que ningún explotado permanezca al margen de sus organismos específicos, seguro de que en ese actuar diario contra los privilegiados será la mejor escuela revolucionaria que ha de prepararlo para la expropiación total.

La U.S.A., fiel a las resoluciones del Congreso de Unidad, inicia su campaña tendiente a consolidar y engrandecer todos los organismos obreros revolucionarios del país, esperando que no haya un sólo trabajador que no aspire a romper las cadenas que le arrojan a los escollos de la avaricia capitalista y a la tiranía estatorial, que deje de secundar la magna obra de reorganización.

¡Que por encima de todas las divisiones de ideas prime la solidaridad, que en todos los casos el lábaro glorioso de la U.S.A. flamee por encima de las rencillas particularistas hasta alcanzar la victoria final de los trabajadores!

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