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ARCHIVO OBRERO

Samuel Bernstein. Jules Guesde, pionero del marxismo en Francia.

Movimientos políticos / Internacional Obrera y Socialista / Europa / Francia

Jules Guesde, pionero del marxismo en Francia 

Por Samuel Bernstein

Publicación original: «Jules Guesde, Pioneer of Marxism in France», en Science & Society, vol. 4, no. 1 (invierno de 1940), pp. 29-56.

Una ola de reacción se apoderó de Francia después de 1871. La aplastante derrota de la Comuna de París silenció los movimientos obreros y radicales que habían crecido hasta proporciones amenazadoras durante los últimos años del Segundo Imperio. Los sospechosos de pertenecer a la temida Asociación Internacional de Trabajadores o de simpatizar con los comuneros fueron perseguidos como fieras. Personas en puestos oficiales y en la vida privada, autores y periodistas, buscadores de empleo y retenedores de empleo, filisteos y obsecuentes, todos competían entre sí para difamar a internacionalistas y comuneros. Mientras miles de ellos eran condenados a muerte o deportados a colonias penales, se aprobó una ley que prohibía la Internacional en Francia.

Detrás de este bombardeo anti-rojo, las facciones monárquicas estaban conspirando para entronizar a sus respectivos candidatos. Pero para muchos conservadores se había hecho evidente que una monarquía restaurada uniría nuevamente a republicanos y trabajadores, alentaría un movimiento clandestino y finalmente terminaría en una insurrección. Se estableció, pues, una república conservadora, «una monarquía sin monarca» [1], como dijo un radical. Se creía que un gobierno así podía ser una protección más eficaz de los derechos de propiedad que una monarquía hereditaria, ya que una república, que era el ábrete sésamo de las clases bajas francesas, podría resultar un amortiguador de revoluciones.

[1] Citado en Zévaès, Histoire de la troisième république (Paris, 1926), p. 138

Los políticos conservadores calcularon correctamente. Hasta 1914, ningún disturbio revolucionario serio interrumpió la constante expansión del capitalismo que extendió sus tentáculos incluso a regiones de África y Asia. No fue un mero accidente que el vasto imperio colonial francés se consolidara bajo la Tercera República. Después de la Comuna, la industria en Francia continuó con el impulso que había ganado bajo el Segundo Imperio. Durante la década de los setenta, la cantidad de caballos de fuerza aumentó en más de un setenta por ciento, mientras que la producción de acero casi se duplicó. La construcción de ferrocarriles continuó y el comercio exterior creció en casi un tercio. [2] Pero el capitalismo en Francia podría haber tenido un crecimiento aún más rápido después de 1871 si no hubiera sido por la falta de mano de obra. [3] Aparentemente, la masacre de los comuneros había sido demasiado completa.

[2] Para ver cifras más detalladas, véase Paul Louis, Histoire de la classe ouvrière en France de la révolution à nos jours (Paris, 1927), p. 141 ss.

[3] Así lo afirma un informe de la Cámara de Comercio de París. Véase Chambre de commerce de Paris, Enquête sur les conditions du travail en France pendant Vannée 1872, p. 17.

El movimiento obrero alzó la cabeza tímidamente después de la Comuna. El gobierno encabezado por el pequeño Thiers sospechaba de cualquier intento concertado de los trabajadores por mantener su nivel de vida frente al aumento del costo de vida. Las huelgas estaban prohibidas y la participación independiente de los obreros en la política habría sido vista como un renacimiento de la Internacional proscrita. Sólo quedaba lo inofensivo y desacreditado, el método pacífico y apolítico de la «cooperación». Durante el Imperio, los economistas clásicos habían animado a los trabajadores a recurrir a la «cooperación» para curar la enfermedad social, y Napoleón III le había dado al movimiento sus bendiciones y subsidios imperiales. Ahora, en la era pos-Comuna, los republicanos moderados y radicales glorificaron la idea «cooperativa» y patrocinaron a sus portavoces. Los viejos proudhonianos y los líderes obreros moderados que habían sido infectados con el proudhonismo impulsaron la organización de sociedades cooperativas. Bajo el liderazgo de Barberet, un periodista [4], se formó una federación obrera que se opuso al uso de la huelga como arma y abogó por la construcción de cooperativas de productores con los ahorros de los trabajadores. Pero incluso este programa castrado era demasiado rojo para el gobierno. Se ordenó la disolución de la federación.

[4] Para las teorías de Barberet, véase mi Beginnings of Marxian Socialism in France (New York, 1933), p. 59-62.

Los obreros, sin embargo, continuaron organizándose. Impulsados ​​por la necesidad de defender sus intereses y envalentonados por los republicanos que buscaban su voto, los trabajadores avanzaron, aunque con cautela, durante los primeros cinco años después de la Comuna. Animados por la victoria republicana en las elecciones de 1876, de las que los obreros eran en gran parte responsables, los líderes sindicales organizaron ese año en París el primer congreso obrero celebrado en Francia. Asistieron 360 delegados, en representación de 120 organizaciones obreras y 35 sociedades cooperativas y de ayuda mutua. El programa fue tan moderado como discretos los discursos. Se resolvió que solo los trabajadores podían participar y que se prohibiría la discusión de política. Pero en el debate sobre la representación obrera en el parlamento, Chabert, un líder sindical parisino, habló de la lucha de clases e instó a la acción política independiente del proletariado. [5] Las opiniones de Chabert fueron respaldadas en la resolución del congreso.

[5] Séances du congrès ouvrier de France, 1876, pp. 281 y 288.

A pesar de su programa restringido y tímido, el congreso abrió una nueva época en la historia del movimiento obrero francés. Jules Guesde, que había regresado recientemente de un exilio político de cinco años, fue uno de los pocos observadores que se dio cuenta de esto. Elogió el congreso como «un evento de primera importancia, tan amenazante como instructivo para los políticos de todos los matices». Significativamente, lo comparó con el agresivo y articulado Tercer Estado de 1789. [6]

[6] Les Droits de l’homme, 15 de octubre, 1876. Véase también Jules Guesde, Çà et Là, p. 108.

I

Cuando se inauguró el congreso en París en 1876, Jules Guesde se acercaba a su trigésimo primer cumpleaños. Hijo de un pobre maestro de escuela parisino, pronto se contagió de la fiebre revolucionaria de la capital francesa. La Crítica de la razón pura de Kant lo convirtió al ateísmo, las novelas de Victor Hugo lo llevaron al republicanismo y los volúmenes de Proudhon lo introdujeron al radicalismo. Habiendo buscado una carrera en el periodismo, comentó sobre el problema de los negros en el sur de los Estados Unidos, cuya solución dividía en ese momento al presidente Johnson y al Congreso. Es significativo que Guesde se pusiera del lado de los republicanos radicales al exigir la completa emancipación de los negros del sur. [7] Se opuso a la guerra franco-prusiana porque una victoria de Bonaparte sellaría la derrota del republicanismo y derramaría la sangre de los franceses solo para encadenar a Francia. Pero una vez que el Imperio fue derrocado, Guesde instó a una levée en masa a la manera de 1792, clamó como Blanqui por una guerra revolucionaria contra los prusianos y denunció al Gobierno de Defensa Nacional por su traición. Por sus artículos en defensa de la Comuna de París, Guesde fue condenado al pago de una fuerte multa y a cinco años de prisión. Prefirió el exilio y encontró refugio en Suiza.

 

[7] Para ver una selección de los artículos de Guesde sobre la cuestión negra, véase Compère-Morel, Jules Guesde (Paris, 1937), p. 9.

Curiosamente, este futuro marxista francés, que aún era sólo un republicano radical, se vio atraído por los anarquistas cuyas teorías entendía tan poco como las de sus oponentes socialistas. Sin embargo, ayudó a organizar una sección anarquista que lo envió como delegado al Congreso de Sonvillier (1871) donde se organizó la Federación del Jura en oposición al Consejo General de la AIT en Londres. [8] Guesde acusó al Consejo General de intolerancia y autoritarismo, y exigió que su posición se redujera a la de una oficina de correspondencia y estadística. Su actividad por la causa anarquista atrajo la atención de Marx y Engels en Londres, quienes, en un folleto dirigido contra los anarquistas, lo acusaron, entre otros, de intentar trastornar la Internacional en beneficio de los bakuninistas. [9]

[8] Los estatutos de la Federación del Jura fueron firmados por Guesde. Véase La Révolution sociale, 14 de diciembre de 1871; Guillaume, L’Internationale, II (Paris, 1907), p. 239 ss.

[9] L’Alliance de la démocratie socialiste et l’association internationale des travailleurs (London; 1873), p. 50 ss. Paul Lafargue, que más tarde se convertiría en un gran amigo de Guesde, fue uno de los tres autores de este folleto. Véase Engels a Sorge, 26 de julio de 1873, en F. A. Sorge, Briefe und Auszüge aus Briefen (Stuttgart, 1906), p. 116.

Las teorías sociales y económicas de Guesde durante los primeros años de su exilio fueron tan sentimentales, nebulosas y quiméricas como las de sus socios anarquistas. Escribió que «libertad”, «igualdad» y «justicia» se alcanzarían colectivizando la tierra y sus productos y reconociendo el derecho de los obreros «al producto completo de su trabajo». [10] El Estado era inútil, incluso nocivo, sostuvo. El sine qua non de la emancipación social era, por lo tanto, su «abolición y destrucción». El sufragio universal, argumentó en ese momento, era un artificio para engañar a los trabajadores que no habían ganado nada con su uso, y la igualdad política era una ilusión mientras prevaleciera la desigualdad económica. La votación no era un instrumento sino un obstáculo para la emancipación obrera, ya que ayudaba a mantener a la burguesía en el poder. [11]

[10] Para la crítica de Marx a esta fórmula, véase su Critique of the Gotha Program (Londres, 1933), p. 26 ss.

[11] Guesde, Essai de Catéchisme socialiste, p. 37, 60 ss.; La Solidarité révolutionnaire, 1° de julio de 1873; Guillaume, op. cit., III (Paris, 1909), p. 91. Le Drapeau noir, 8 de agosto de 1889, contiene una reimpresión de un artículo antiestatal, escrito por Guesde en 1873. Guesde se encontró en Suiza y más tarde en Italia en compañía de rusos cuyo idioma evidentemente aprendió lo suficientemente bien como para intentar una traducción de la famosa novela de Tchernishevsky, ¿Qué hacer?, que Guesde describió como «un verdadero Evangelio de las nuevas generaciones». Tradujo las primeras veinticinco páginas que envió a la Revue des deux mondes junto con una breve nota sobre el papel revolucionario del autor en el campo de la crítica literaria y del arte. Al parecer, la contribución fue rechazada y Guesde abandonó el proyecto. Una carta sobre la traducción y la nota sobre Tchernishevsky, ambas escritas a mano de Guesde, se encuentran en el Musée de l’Histoire, Montreuil (Sena). Su talentoso y erudito director, Jean Bruhat, me llamó la atención sobre estos documentos.

La aparente inclinación de Guesde por el anarquismo fue solo una etapa pasajera en su crecimiento ideológico. El ideal pequeño burgués del anarquismo, con su análisis ingenuo y vago de la sociedad, nunca lo había conquistado realmente. Guesde recordó más tarde cómo, al mismo tiempo que hacía propaganda con los anarquistas en Italia, contrarrestaba sus teorías utópicas con la doctrina del materialismo histórico [12]. Y mientras discutía con Marx sobre la Internacional, profesaba, como más tarde le escribió a Marx, «la más alta admiración» por él [13]. Al mudarse a Bélgica, Guesde se enfrentó cara a cara con los problemas del proletariado industrial, leyó economía y literatura socialista y mantuvo frecuentes conversaciones con César de Paepe, el socialista belga. Se convenció de que la institución de la propiedad privada era socialmente perjudicial porque alentaba a los propietarios a sabotear la sociedad, obstaculizaba la introducción de dispositivos de racionalización del trabajo, dividía a la sociedad en ricos y pobres y conducía a la creación de las fuerzas represivas del gobierno. Concluyó que los problemas sociales y económicos sólo podían resolverse mediante la propiedad colectiva de los medios de producción [14]. Guesde se había despojado de su anarquismo y se acercaba al marxismo. En septiembre de 1876 regresó a Francia, observando la escena política y escribiendo para periódicos radicales sobre cuestiones obreras. Instó a los trabajadores, el Cuarto Estado, a no confiar en los políticos de color republicano, sino a tomar su destino en sus propias manos. Estos artículos, así como una serie sobre la «Crisis de Lyon» en Le Radical [15], en la que formulaba los rudimentos de la teoría de la plusvalía, lo convirtieron en una figura respetada en los pequeños círculos socialistas que entonces emergían. Los obreros le escribieron pidiéndole información. Guesde respondió, los visitó en sus casas y en los cafés, discutió con ellos los problemas obreros y los temas políticos de actualidad. Conoció a varios socialistas alemanes exiliados, entre ellos Karl Hirsch, un periodista alemán, que había editado el Volksstaat durante el encarcelamiento de Liebknecht [16]. Desde 1874, Hirsch había estado en París, activo entre los trabajadores, difundiendo discretamente las ideas de Marx, de las cuales él tenía una firme comprensión. En compañía de este marxista realista y lúcido, Guesde se enteró de las luchas de Marx, de sus libros y de sus enseñanzas revolucionarias. Fue en este momento cuando estudió El Capital, que había sido traducido al francés en 1875. Las ideas de Guesde cobraron claridad; para difundirlas fundó L’Égalité, el primer periódico marxista en Francia.

[12] Compère-Morel, op, cit., p. 122.

[13] La carta de Guesde a Marx, escrita a finales de 1878, fue publicada por primera vez en Le Combat marxiste, may de 1935, p. 19 s.

[14] Ver su «Lettre au sénateur Lampertico,» escrita en 1875, en Çà et Là, p. 3 s.

[15] Reprimpreso ibíd., p. 83-104.

[16] Wilhelm Liebknecht, fundador y líder de la socialdemocracia alemana, fue encarcelado en 1870 por oponerse a los créditos de guerra y la anexión de Alsacia-Lorena. En 1872, él y August Bebel, otro líder del Partido Socialista Alemán, fueron acusados de alta traición y condenados a dos años de prisión. Marx y Engels estaban muy preocupados por el cuidado de las familias de los camaradas alemanes encarcelados. Fue por iniciativa de ellos que el Consejo General de la Primera Internacional votó el 3 de enero de 1871 que se hiciera una colecta para las familias de Liebknecht, Bebel y otros. El 17 de enero de 1871, Marx informó al Consejo General que se había enviado dinero y el 24 de enero se leyó la nota de la Sra. Liebknecht, acusando recibo de la suma. Ver Actas de las reuniones del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores.

El periódico nació en un momento en que varias ideologías sociales pedían el apoyo de los obreros. El ideal «cooperativo» parecía ocupar un lugar primordial entre los trabajadores, como había indicado el primer congreso obrero. Pero en competencia con los «cooperadores», los comtistas, colinsistas e incluso los anacrónicos fourieristas lucharon por una audiencia en el movimiento obrero. Los comtistas, dirigidos por Finance, un trabajador, declaraban que la regeneración moral y no la cooperación resolvería en última instancia el problema social [17]. Los segundos, discípulos del barón Colins, autor belga de veinte monótonos volúmenes, propugnaban una forma de colectivismo agrario [18], del cual Henry George se hizo eco de una forma modificada. Los fourieristas, por su parte, eran sólo una secta de ancianos, fieles a la panacea de su amo, pero estrictamente aislados en el movimiento obrero naciente. Tanto los comtistas como los colinistas tenían seguidores en los círculos obreros parisinos.

El movimiento obrero estaba tomando conciencia de su fuerza política. En las elecciones de 1876 los votos de los trabajadores aseguraron la victoria de los republicanos. La cuestión de la república contra la monarquía, que tanto había distraído a los obreros de sus problemas reales, se estaba resolviendo a favor de la república después del fracaso del intento del presidente MacMahon de restaurar la monarquía en mayo de 1877. La ideología proudhoniana con su hostilidad a la acción política independiente del proletariado había sido sepultada con la Comuna de París. El camino se abrió al marxismo, para el cual los desarrollos económicos y políticos de la época posterior a la Comuna estaban preparando el terreno. También, al otro lado del Rin, el Partido Social Demócrata, unido en el Congreso de Gotha de 1875, iba ganando adeptos constantemente. En el escenario internacional, el socialismo marxista estaba recuperando el lugar que había perdido después de la Comuna. En el Congreso Internacional de Gante, celebrado en septiembre de 1877, los marxistas aprobaron contra la oposición anarquista la resolución de que la acción política independiente del proletariado era necesaria para efectuar su emancipación social. Por lo tanto, había llegado el momento de la fundación de un periódico marxista en Francia.

[17] Véase su discurso en el congreso obrero en Séances du congrès ouvrier de Paris, 1876, p. 317 ff.

[18] Para un resumen de esta doctrina, véase mi Beginnings of Marxian Socialism in France, p. 105 ss.

L’Égalité, editado por Guesde y sus amigos, sentó las bases para un partido obrero en Francia. A pesar de la intimidación de la policía, los editores machacaron sus ideas con regularidad semanal. Defendieron la república burguesa no porque creyeran que la forma republicana resolvería los problemas sociales y económicos, sino porque era «la última palabra en la evolución puramente política» y despejaba el camino «para una revolución económica y social» [19]. La república en manos de la burguesía, decía L’Egalité, nunca podría ser un medio de emancipación de los trabajadores, porque la burguesía preferiría la supresión de la libertad política que una revolución que pusiera en peligro su ascendencia económica. El Estado era un instrumento de opresión ejercido por los propietarios de la riqueza contra los no propietarios. Los editores sostenían rígidamente que importaba poco que el Estado fuera tiránico o democrático, monárquico o republicano, porque su poder siempre se usaba para perpetuar la explotación de la clase baja. [20] Mientras que L’Égalité advertía a sus lectores que no acudieran a la boleta electoral por cuestiones sociales de emancipación, subrayaba, sin embrago, la necesidad de participar en la lucha electoral. La abstención de la política, que defendían los anarquistas, no liberaría a los obreros en una sociedad controlada por los capitalistas. Por el contrario, argumentaba L’Égalité, la emancipación social de los trabajadores era «inseparable de su emancipación política». El proletariado tenía que organizar su propio partido político para actuar como la vanguardia de los trabajadores franceses. Pero los obreros no podían esperar resultados de gran alcance por el procedimiento parlamentario, porque los capitalistas «nunca permitirían que el Cuarto Poder se convirtiera en la mayoría en la Cámara de Diputados» [21].

[19] L’Egalité, 18 de noviembre de 1877.

[20] Ibíd., 25 de noviembre, 23 y 30 de diciembre de 1877.

[21] Ibíd., 13 de enero, 2 de marzo, 2 de junio, 14 de julio de 1879.

L’Égalité libró una lucha implacable contra las panaceas sociales imperantes y contra la «cooperación» en particular. La organización de sindicatos era imperativa, no como un fin sino como un medio de acción revolucionaria. La cooperación de los productores engañaba a los obreros haciéndoles creer que el capitalismo podría ser desplazado pacíficamente. De hecho, era sólo una nueva forma de «barnizar el orden social existente». La cooperación de los consumidores tenía sus ventajas, pero los trabajadores sufrían principalmente como productores y no como consumidores. [22]

[22] Ibíd., 30 de diciembre de 1877; 13 de enero, 10 de febrero de 1878.

Los artículos publicados en L’Égalité tendieron a acelerar el ritmo lento y moderado del movimiento obrero. Los republicanos comenzaron a temer la pérdida de sus seguidores entre los trabajadores; y el gobierno republicano conservador, con el objetivo de solidificar su posición, trató de aparecer como el salvador de Francia contra la amenaza roja. Guesde fue acusado de estar secretamente relacionado con la Internacional que había expirado silenciosamente en los Estados Unidos dos años antes. [23] La oficina del periódico fue allanada, se incautaron documentos y el gerente fue sentenciado a un año de prisión. L’Égalité suspendió la publicación. Sin embargo, había hecho una incursión en el movimiento sindical organizado. Hacia fines de enero de 1878, se inauguró en Lyon el segundo congreso obrero. Aquí Dupire, delegado de un grupo socialista parisino bajo la influencia de Guesde, habló de la existencia de dos clases contrapuestas, de la necesidad de la propiedad colectiva para resolver el problema obrero y de la urgencia de la independencia política del trabajo. Aunque su enmienda a una resolución que defendía el principio del colectivismo obtuvo solo ocho votos, [24] fue un comienzo esperanzador, ya que solo habían transcurrido siete años desde la Comuna de París.

A falta de un periódico, Guesde hizo propaganda con folletos. Publicó dos de ellos en agosto de 1878: La République et les grèves y La Loi des salaires et ses conséquences. En el primero argumentaba que el cambio de una monarquía a una república no alteraba la situación material de los trabajadores. En el segundo sostenía que bajo el capitalismo los obreros nunca podrían mejorar permanentemente su condición. Estos folletos pronto fueron seguidos por otros: Collectivisme et révolution, en el que sostenía que sólo el socialismo, introducido por la revolución, podía resolver el problema social; y Le Colectivisme devant la Xe Chambre, una reimpresión de la defensa que Guesde hizo de sí mismo y de treinta y ocho camaradas detenidos por intentar organizar un congreso obrero internacional.

[23] El Congreso de La Haya (1872) votó para trasladar el Consejo General de la Primera Internacional a Nueva York, donde permaneció vivo durante cuatro años más. En 1876, la AIT celebró su última conferencia en Filadelfia. Llegó un delegado de Europa; el resto eran estadounidenses, que representaban solo una rama del movimiento. La conferencia, reconociendo la oscura existencia de la Internacional, votó a favor de abolir el Consejo General. Esta decisión puso fin a la vida de la Primera Internacional.

[24] Seances du congrès ouvrier de France, 1878, p. 432 ss., 595.

La idea de convocar un congreso de este tipo había surgido del segundo congreso obrero francés. El comité organizador, del que eran miembros Guesde y algunos de sus amigos, procedió enérgicamente a ejecutar su mandato cuando intervino la policía. Pero Guesde y otros desafiaron las órdenes de la prefectura. Su audacia animó a los sindicatos a solicitar tarjetas de admisión y enviar delegados. Treinta y nueve fueron detenidos cuando comparecieron ante el salón de convenciones, entre ellos Guesde, quien pronunció la defensa general. Acusó a la burguesía de pisotear la legalidad cuando ya no les era útil. La sociedad burguesa, dijo, se basaba en la explotación de muchos por unos pocos; por tanto, el orden se basaba en la fuerza. Comparó la posición de los trabajadores -el Cuarto Poder- en su propio tiempo con el Tercer Estado en 1789. La conclusión era obvia: un 1789 obrero era inevitable. [25] De los 39 juzgados, solo unos pocos recibieron sentencias de prisión. Guesde fue multado con 200 francos y condenado a seis meses de cárcel. El efecto del juicio fue convertirlo en una de las figuras más heroicas del movimiento obrero. Su defensa, impresa como folleto, se vendió ampliamente en París y en las provincias. Se formaron grupos de discusión, se explicó la nueva doctrina y se hicieron cobros para pagar el costo del juicio y la publicación de la defensa de Guesde. Desde la cárcel, Guesde dio a conocer un manifiesto a trabajadores, comerciantes y campesinos propietarios, convocando a las tres clases a unirse para la construcción de un partido político con un programa socialista. A los trabajadores urbanos y rurales se les decía que la propiedad colectiva los transformaría de herramientas explotadas en ciudadanos libres y activos, disfrutando de los productos de su trabajo. A los comerciantes y propietarios campesinos se les recordaba la batalla perdida que estaban librando contra el capitalismo financiero e industrial, que inevitablemente los reduciría a la posición de asalariados. Era de interés de los pequeños propietarios, sostenía el manifiesto, que se unieran al proletariado en una lucha revolucionaria contra la nueva aristocracia feudal. [26] El llamamiento de Guesde se distribuyó en dieciocho ciudades y fue firmado por más de 500 personas.

[25] Blanqui, el gran revolucionario, leyó la defensa mientras estaba en la cárcel y parece haberla valorado mucho. Biblioteca Nacional de París, Blanqui MSS. 9580, fol. 197.

[26] L’Égalité, 21 de febrero de 1880.

La agitación iniciada por L’Égalité y por la actividad de Guesde recibió combustible adicional de otros órganos socialistas. Le Prolétaire, iniciado en noviembre de 1878 y editado por líderes obreros y socialistas, varios de los cuales habían asimilado los principios marxistas, carecía de la doctrina unificadora y el impulso celoso de la L’Égalité, pero contenía largos artículos que señalaban las ventajas de un partido obrero. Además, circulaba en Francia Le Socialisme progressif, una revista publicada en Suiza por Benoît Malón, un ex pastor que había aprendido a leer y escribir a los veinte años, miembro de la Primera Internacional, comunero activo, exiliado en Suiza donde vaciló confusamente entre el anarquismo y el socialismo. El triunfo del republicanismo en Francia y la lectura de El Capital lo obligaron a tener la convicción de que «sin la socialización de las fuerzas productivas no podría haber emancipación de los trabajadores» [27]. Para alcanzar este objetivo era urgente organizar un partido obrero. Malon transmitió estas doctrinas en extensas cartas a los dirigentes sindicales en Francia. Al mismo tiempo, Guesde, Deville, admirador de Marx y Blanqui y vinculado a Guesde, y Lafargue, yerno de Marx, que siguió de cerca los acontecimientos en Francia durante su exilio en Londres, reforzaron la propaganda socialista con contribuciones regulares al periódico parisino La Révolution française. [28]

[27] Le Socialisme progressif, n° 4 (1878), p. 66; La Revue socialiste, IV (1886), 1016.

[28] Sólo sobrevivió seis meses, del 13 de enero al 14 de junio de 1879. 

Las fuerzas económicas y políticas ayudaron a la agitación por un partido obrero. El creciente costo de vida y la conciencia de sus derechos por parte de los obreros precipitaron una ola de huelgas en 1879, que abarcó varias industrias. Las huelgas estaban ganando en intensidad y violencia y el gobierno republicano no era menos despiadado que el Imperio al reprimirlas. De hecho, la república fue aún más celosa en impedir la organización de sindicatos que Napoleón en sus últimos años. [29] Además, el nuevo régimen se mostró reacio a hacer frente al creciente clamor de amnistía a los comuneros.

[29] Véase Paul Louis, op. cit., p. 176.

La lucha por la amnistía se centró en la persona de Blanqui, el veterano revolucionario, que había sido detenido en vísperas del estallido de la Comuna y encerrado en una fortaleza. En 1879 fue nominado como candidato al parlamento en unas elecciones parciales en Burdeos. Reuniones, peticiones, colectas, así como una campaña en la prensa de izquierda despertaron tanto entusiasmo que la campaña de Blanqui se convirtió en un asunto nacional. Las organizaciones obreras y los grupos socialistas y radicales enviaron cartas de aliento a Blanqui y a su comité de campaña. Se compusieron poemas en su honor, se recibieron mensajes de personas destacadas que respaldaban su candidatura y llegaron llamamientos para su elección de Garibaldi y de los comuneros del exterior. [30] Blanqui fue elegido, pero la Cámara de Diputados anuló su elección. Cuando se reanudó la agitación por su liberación y por la amnistía general, el gobierno cedió liberando a Blanqui. Fue una victoria de los socialistas. No sólo habían logrado su objetivo en parte, sino que habían logrado familiarizar a un vasto público con las doctrinas socialistas modernas. Blanqui liberado se convirtió en una fuerza unificadora y centrípeta en el partido obrero que surgía gradualmente. Se le instó a tomar el timón del movimiento. Desde Londres, Lafargue le escribió, probablemente después de una conferencia con Marx y Engels: «Estás saliendo a la superficie en un momento en que tenemos la mayor necesidad de un hombre para establecer el partido proletario y lanzarlo para la conquista del poder político». [31] Pero Blanqui estaba viejo, encorvado y canoso después de treinta y nueve años en prisión. A los setenta y cuatro años era poco más que el símbolo de las antiguas tradiciones socialistas revolucionarias. La tarea de construir un partido obrero recayó en los hombres más jóvenes, de los cuales Jules Guesde era el más capaz.

[30] Una recopilación de los mensajes dirigidos a Blanqui se encuentra en el fondo Blanqui MSS. 9588 (1).

[31] Blanqui MSS. 9588 (2), fol. 678 f.

Liberado del hospital, donde había sido trasladado desde la cárcel, Guesde reanudó su febril actividad, organizando grupos socialistas, hablando en París y en las provincias, acentuando siempre la inevitabilidad del socialismo y la necesidad de un partido obrero. Durante su estancia en el hospital, había recibido una carta elogiosa y alentadora de Marx, instándolo a una mayor actividad, porque era «de la mayor importancia» formar un «partido obrero militante e independiente». [32] Guesde respondió que él también estaba convencido de la necesidad de un partido obrero. «Pero para que este partido sea ‘independiente’ y ‘militante’ el proletariado francés, que lo constituirá, primero debe ser arrebatado del engaño radical burgués y luego debe ser persuadido de que su emancipación sólo puede efectuarse mediante la lucha. Necesariamente, nuestro doble plan debe ser liberar a nuestros trabajadores de los amarres que los han mantenido en aguas radicales o burguesas-jacobinas y mostrarles la inutilidad de las soluciones amistosas o pacíficas (cooperación, bancos, etc.)”.

[32] Lamentablemente, no se ha encontrado la carta de Marx. Lo sabemos por la respuesta de Guesde, impresa en Le Combat marxiste, mayo de 1935, p. 19 s.

El plan de Guesde tuvo éxito en el tercer congreso obrero celebrado en Marsella en octubre de 1879. Aquí sus seguidores y simpatizantes, representados en gran número, tomaron la ofensiva contra los exponentes menos disciplinados de la «cooperación» y el positivismo. El ideal «cooperativo» fue rechazado y la propiedad colectiva fue aclamada como la única solución del sistema salarial. La victoria de los colectivistas se completó cuando se adoptó una resolución que pedía la creación de un partido obrero, titulado Partido Federado de los Trabajadores Socialistas Franceses. [33] La dirección en el movimiento obrero organizado cayó en manos de los colectivistas. Mientras los redactores de la prensa burguesa chillaban como loros, Guesde, que seguía los acontecimientos desde su lecho de enfermo, recibió la noticia con júbilo.

El éxito de los colectivistas en el Congreso de Marsella estimuló la publicación de literatura marxista en Francia. En la primera Revue socialiste, fundada en enero de 1880, aparecieron artículos de Lafargue, Kautsky, Guesde, de Paepe y Malon, y una encuesta sobre las condiciones obreras, elaborada por Marx y ampliamente difundida en organizaciones obreras y en clubes socialistas. Fue para esta misma revista que Lafargue tradujo tres capítulos del Anti-Dühring de Engels bajo el título Socialismo utópico y socialismo científico, poco después publicado como folleto. Durante el mismo mes de enero Guesde revivió L’Égalité, que analizó las teorías del materialismo histórico y de la plusvalía y reimprimió la mayor parte de Miseria de la filosofía de Marx. Además, circularon traducciones de El Capital de Marx, El capital y el trabajo de Lassalle y la Quintaesencia del socialismo de Schaffle, sin mencionar los cuatro folletos de Guesde mencionados anteriormente. Esta rica cosecha de literatura socialista estaba sentando las bases ideológicas para el programa marxista que Guesde trajo consigo desde Londres.

[33] Séances du congrès ouvrier socialiste de France, 1879, p. 808, 811 s., 814 y 816 s.

Después de la convención de Marsella, Guesde reconoció la necesidad de un programa socialista bien definido. El joven partido obrero estaba compuesto por varios elementos políticos que debían fusionarse en un cuerpo disciplinado y funcional al que un programa daría objetivo y dirección. Después de mantener correspondencia con Lafargue y Malon sobre las demandas mínimas, Guesde cruzó el Canal de la Mancha en mayo de 1880 para solicitar el consejo de Marx y Engels. Con Guesde y Lafargue se reunieron en la casa de Engels donde, después de una discusión, Marx dictó, y Guesde escribió, el preámbulo del programa francés. Fue uno de los documentos teóricos más sucintos que jamás haya compuesto Marx. Engels lo resumió así: «El obrero es libre sólo cuando es dueño de sus propios instrumentos de trabajo. Esta propiedad puede asumir tanto la forma individual como colectiva. Dado que la propiedad individual está siendo eliminada día a día por el desarrollo económico, sólo queda la forma de propiedad común…» [34] La propiedad colectiva sólo podía resultar de la actividad revolucionaria de los trabajadores, organizados como partido político. Los obreros utilizarían para sus fines todos los medios a su alcance, incluida la boleta electoral que podría convertirse en un instrumento de emancipación. [35]

Los grupos socialistas y obreros de Francia difirieron en sus reacciones al programa. Quienes estaban de acuerdo con Guesde lo aclamaron como la pieza culminante de la agitación socialista. Otros fueron críticos, diciendo que era demasiado científico para las masas. Colinistas, anarquistas y «cooperadores» naturalmente se opusieron. Las dos primeras facciones, cuyos seguidores eran pocos, fueron fácilmente derrotados por los socialistas; pero los terceros, los portavoces de la «cooperación», resultaron ser adversarios formidables, pues gozaban del patrocinio de los republicanos radicales alarmados por el nacimiento del partido socialista. A pesar de la penetración socialista en los sindicatos, a pesar del crecimiento de los círculos socialistas, los «cooperadores» obtuvieron una mayoría en el cuarto congreso obrero nacional celebrada en Havre en noviembre de 1880. Fue sólo retirándose del congreso para organizar uno propio que los socialistas pudieron hacer que se adoptara su programa, que se convirtió en la bandera oficial del partido socialista francés.

[34] E. Bernstein, Die Briefe von Engels an Bernstein (Berlín, 1925), p. 34 s.

[35] El programa completo se imprimió en L’Égalité, 30 de junio de 1880; Le Prolétaire, 10 de julio de 1880; La Revue socialiste, 20 de julio de 1880, p. 417 s.

II

Mientras se desarrollaba el conflicto por el programa marxista, París se había convertido en una verdadera Babel de doctrinas. El ambiente estaba cargado de controversias teóricas. Los comuneros y otros exiliados regresaron después de la votación de amnistía general en julio de 1880. Los blanquistas se reunieron en torno a su antiguo líder mártir, atacando con igual vehemencia la religión, el capitalismo y el oportunismo republicano. Los proudhonianos eran tan indisciplinados y desunidos como lo habían estado durante la Comuna. Algunos, sin embargo, habían aprendido a través del trágico destino de los comuneros que los trabajadores tenían que participar en la política independientemente de la burguesía. Pero se negaron a aceptar el programa marxista porque enfatizaba tácticas revolucionarias, dijeron, y alienaba a quienes preferían el gradualismo. Estos establecieron su propia organización de corta duración, la Alianza Republicana Socialista, [36] a la que pertenecía Charles Longuet, yerno de Marx y colaborador frecuente del periódico de Clemenceau, La Justice. Los «radicales», encabezados por Clemenceau [37], que se apropiaron de algunas de las demandas del programa marxista, eran ideológicamente cercanos a los aliancistas. Los dos a menudo se dirigían mutuamente en las reuniones y se influían hasta el punto en que los «radicales» se conocieron como radicales socialistas, un nombre que, durante la Tercera República, se ha asociado con notoria frecuencia con escándalos financieros, corrupción parlamentaria, artimañas y traiciones.

[36] Para su programa ver La Justice, 5 de noviembre de 1880.

[37] Durante el Segundo Imperio Clemenceau perteneció al movimiento estudiantil radical de París, contribuyó a la prensa de izquierda e incluso tuvo contacto personal con Auguste Blanqui, el gran revolucionario, a quien admiraba. Llegó a los Estados Unidos durante la Guerra Civil, enseñó literatura francesa en Greenwich, Connecticut y, tras una estancia de cuatro años, regresó a Francia. Durante la Comuna de París, Clemenceau, que fue alcalde de Montmartre, trabajó en vano por un compromiso entre París y Versalles. Asustado por los resultados del Congreso de Marsella, se apresuró a anunciar un programa de reforma social en 1880 y se convirtió en líder de los republicanos de izquierda. Como primer ministro de 1906 a 1909, siguió una política anti-obrera, impidió que los funcionarios públicos se unieran a la C.G.T. y usó tropas para disolver huelgas y derribar a los huelguistas. Desde noviembre de 1917 hasta enero de 1920, encabezó el gabinete de guerra francés y fue en gran medida responsable del Tratado de Versalles.

En el propio partido socialista pronto afloraron conflictos personales y doctrinales. Algunos estaban celosos del ascenso de Guesde a la prominencia en el movimiento obrero, otros estaban molestos por su insistencia en la disciplina, que se consideraba autoritaria. Luego estaban aquellos en el partido que, razonando como los aliancistas, sostenían que el programa marxista no era adecuado para los obreroa franceses, que el control centralizado del partido estaba obstaculizando su crecimiento y que debería haber mucho más énfasis en la obtención de reformas. Los defensores de estas teorías gradualistas en el partido eran muchos, y estaban encabezados por dos ex exiliados políticos, Benoît Malón y Paul Brousse. El socialismo que Malon había desarrollado durante su estancia en el exilio era un mosaico. Era sentimental, teñido de utopismo y proudhonismo y entremezclado con el racionalismo del siglo XVIII, el comtismo y trozos de marxismo. Era un extraño grupo de ismos, un eclecticismo que más tarde fue designado como socialismo integral. [38] Paul Brousse había sido un anarquista activo durante su exilio, predicando la propaganda por el hecho. [39] Pero al regresar a Francia, se unió al partido socialista y propuso un programa en oposición a uno adoptado por el Congreso de Havre. El de Brousse era un programa socialista municipal, basado en el federalismo comunal. [40] De César de Paepe asumió la teoría de los servicios públicos y desde su anarquismo temprano retuvo el principio federativo sobre el que deseaba construir no solo la futura organización social sino también el partido socialista. Tal estructura política, dotada de una vaga plataforma, sería lo suficientemente amplia como para incluir bajo su bandera a todos los matices izquierdistas, desde anarquistas reformados hasta oportunistas radicales.

[38] Este es el título del libro principal de Malon.

[39] J. Langhard, Die anarchistische Bewegung in der Schweiz, p. 96 y 122 ss.

[40] Para su programa ver L’Emancipation, 20 de noviembre de 1880. Su teoría de los servicios públicos la describió en un folleto, La propriété collective et les services publics (Paris, 1883).

El antagonismo entre las dos alas se agudizó en el congreso del partido de 1881. Los seguidores de Malon y Brousse atacaron el programa y lograron debilitar el poder del comité nacional sobre las federaciones. Guesde defendió el programa y advirtió contra la anarquía en el partido. Sus oponentes argumentaron que la plataforma había enajenado a miembros y votantes, y señalaron los 18.000 votos del partido en las elecciones municipales de París de 1881 y sus 60.000 votos en las elecciones generales del mismo año. [41] Para un joven partido revolucionario, este era un comienzo promisorio. Los oportunistas, sin embargo, tenían prisa por ganar escaños parlamentarios; de ahí su presión para reducir el programa al mínimo común denominador para atraer votantes. La acalorada controversia en el salón congresal continuó en la prensa. Brousse afirmó que su plan era «dividir el objetivo ideal en varias etapas importantes y enfatizar algunas de nuestras demandas inmediatas para hacerlas finalmente posibles» No tenía sentido, continuó, «insistir en todo el comunismo y obtener nada de eso”; en cambio, se debía realizar «la mayor cantidad posible de comunismo». A lo Guesde replicó: «No hay lugar en nuestras filas para ningún tipo de oportunismo». [43] La brecha se ensanchó cuando los broussistas, o los posibilistas, como se los denominó en adelante, rompieron la disciplina del partido al ignorar el programa oficial en una elección parlamentaria legislativa en 1881. Guesde denunció estas tácticas. No podía haber partido obrero sin un solo programa, dijo. Ignorarlo para otros programas era abrir «la puerta de par en par a todos los compromisos con los partidos burgueses». [44] Las dos alas se lanzaron epítetos entre sí. Los broussistas llamaron a los marxistas «doctrinarios», mientras que los marxistas respondieron con «la iglesia de los posibilistas u oportunistas». [45] Brousse trató de despertar el chovinismo francés alegando que el programa del partido era obra de Marx, que era una importación extranjera. La brecha se amplió hasta convertirse en un abismo infranqueable. Cuando Guesde y sus veintidós seguidores en el Congreso de Saint-Etienne en 1882 viron que el nuevo método de votación, impuesto por sus oponentes, volvía insostenible su posición, se retiraron a la vecina ciudad de Roanne donde celebraron su propio congreso, se declararon Partido Obrero Francés y reafirmaron su fidelidad al programa marxista.

[41] Cinquième congrès national, p. 13 ss., 53 ss.

[42] Le Prolétaire, 19 de noviembre de 1881.

[43] L’Égalité, 11 de diciembre de 1881.

[44] Ibíd., 25 de diciembre de 1881.

[45] Le Prolétaire, 31 de diciembre de 1881; 11 de febrero de 1882; L’Égalité, 8 de enero de 1882.

La división dejó a los marxistas con solo una pequeña minoría y sin recursos. Perdieron el control en la capital donde, según el informe de Lafargue a Engels, tenían sólo quince grupos que mantuvieron vivo a L’Égalité hasta noviembre de 1882. Su membresía en el este de Francia había disminuido, pero poseían la Federación del Norte y también varios grupos y sindicatos en Nantes, Epinay, Burdeos y Rochefort, y en los distritos mineros de Allier [46]. La influencia de los marxistas se extendió a las secciones industrializadas de Francia, donde los obreros, concentrados en grupos, estaban centralizados y disciplinados por la producción capitalista moderna. Los de las pequeñas artesanías seguían a los «cooperadores» o los posibilistas. París, la ciudad de los artesanos y pequeños comerciantes, se había perdido temporalmente para los marxistas. En las elecciones parciales de marzo de 1883, para ocupar el escaño que dejó vacante la muerte de Gambetta, Guesde sólo obtuvo 476 votos contra los 1.170 de su rival posibilista. Sin embargo, aunque las fuerzas marxistas eran pequeñas, los dirigentes tenían talento y determinación. Dormoy en Montluçon, Carrette en Roubaix, Delory en Lille, Delcluze y Farjat en Calais demostraron ser propagandistas activos y ardientes. Los más talentosos fueron Lafargue y Guesde. [47]

Cuando Lafargue regresó de Inglaterra para ayudar a Guesde a dirigir el Partido Obrero, ya era un trabajador experimentado en la causa de la emancipación obrera. Como blanquista y proudhonista, había participado activamente en la agitación republicana y socialista bajo el Segundo Imperio, y como estudiante de medicina, había sido uno de los organizadores del movimiento estudiantil radical. Excluido de las universidades francesas, se fue a Inglaterra para completar su formación médica. Allí Lafargue conoció a Marx y se convirtió en su discípulo y yerno. Lafargue fue miembro del Consejo General de la Primera Internacional y secretario general para España, donde, durante el período de prueba de la Internacional después de la caída de la Comuna, jugó un papel crucial en la lucha contra los bakuninistas. Durante la década anterior a su reentrada en Francia, vivió en Londres, siguiendo los acontecimientos a través del Canal y contribuyendo con la prensa radical, principalmente con L’Égalité. Lafargue, como Guesde, fue el intérprete de la teoría marxista en Francia. Aunque sus interpretaciones no siempre fueron aprobadas por su suegro, sus libros y folletos se destacaban no solo por su aguda crítica a la sociedad burguesa, sino también por su calidad literaria. El derecho a la pereza de Lafargue se considera «una de las obras socialistas más bellas» [48]. Si Lafargue ocupó un lugar destacado como estilista literario y como divulgador del marxismo, Guesde se destacó como agitador y orador. En estas capacidades se le consideraba igual a Ferdinand Lassalle. Los opositores confesaron que Guesde era «el orador más extraordinario e improvisado de nuestro tiempo», «fluido y lógico, sobre todo cuando se trata de cuestiones económicas» [49]. Su facilidad para la improvisación era incomparable, sobre todo cuando estaba en un debate público o cuando había para demoler a un alborotador. En apariencia, parecía un profeta que había salido del Antiguo Testamento. Su cuerpo era delgado y alto; su cabello, negro y largo, cayendo casi hasta la nuca; su rostro delgado y pálido, enmarcado por una barba abundante y suelta, le daba un aire de místico. Habiendo pronunciado las primeras frases, su incurable pánico escénico se desvanecía y sus palabras fluían ininterrumpidamente con una voz clara y metálica que a veces se hacía más aguda pero que más a menudo sonaba como los golpes rítmicos de un martillo. Cuando llegaba al final de su discurso, en el que demostraba que una sociedad colectivista daría como resultado una vida de felicidad y plenitud, se elevaba en toda su altura con sus largas manos levantadas mientras su audiencia estaba sentada paralizada, viendo visiones del nuevo mundo.

Los méritos y debilidades de Guesde como propagandista residían en parte en su enfoque unilateral, rígido y esquemático. El anticlericalismo y el antimilitarismo, sostenía, eran problemas burgueses. Los obreros no debían desperdiciar sus energías entrometiéndose en ellos. Para el proletariado sólo había un método y un objetivo: la conquista del poder político y el establecimiento de la propiedad social de los medios de producción. Todo lo demás era un intento de distraer a los trabajadores de su objetivo.

Además, Guesde tenía talento para jugar con las palabras y utilizar términos militares para enfatizar la guerra de clases. Los expropiadores para uso privado iban a ser expropiados para uso público, y «capitalat» se acuñó para que rimara con «proletariat». Ganar a los miembros del partido era «reclutar soldados para la revolución» y participar en una elección era «combatir» con el enemigo. Cuando Guesde asistía a un congreso, era a «pasar revista a las tropas».

[46] E. Bernstein, op. cit., p. 101 s.

[47] Entre los propagandistas importantes también cabe mencionar a Gabriel Deville. No era un veterano del movimiento revolucionario. Pero de su abuelo, que había sido compañero de prisión de Blanqui en Belle-Ile, había heredado las tradiciones revolucionarias francesas. Véase la carta de Blanqui a Deville en Blanqui MSS. 9590 (2), fol. 363. Durante el período reaccionario, post-Comuna, se unió a las fuerzas socialistas dispersas, apoyó al ala marxista de la Internacional y luego se asoció con L’Égalité, defendiendo el socialismo científico mientras hacía campaña por la elección y liberación de Blanqui. Ver p. ej. sus artículos en La Révolution française, 2 y 7 de junio de 1879. En 1883 escribió un análisis popular del socialismo científico, Aperçu sur le socialisme scientifique, que pronto fue complementado por un compendio de El Capital, preparado por sugerencia de Marx. Los servicios de Deville a la aclaración teórica del movimiento obrero fueron invaluables.

[48] J. M. Gros, Le mouvement littéraire socialiste depuis 1830 (París, 1904), p. 222.

[49] T. de Wyzewa, Le mouvement socialiste en Europe (París, 1892), p. 44 s.; Malon. Le Nouveau parti (Paris, 1882), II, p. 78.

La separación de los reformistas en 1882 fue la señal para que Guesde y sus lugartenientes intentaran arrasar Francia con su propaganda. Guesde corrió de un pueblo a otro con el ardor de un pionero, dirigiéndose a los obreros en huelga en un lugar, hablando ante mujeres en otro, debatiendo con los radicales en un tercero, explicando incansablemente el socialismo a todos los que quisieran escuchar. La actividad de Guesde fue tan extensa que durante los ocho años posteriores a la escisión del partido socialista se dirigió a más de mil doscientas audiencias. El número podría haber sido mayor si no se hubiera visto obstaculizado por la mala salud, los cuidados familiares y una pena de prisión de seis meses, cumplida en 1883 en compañía de Lafargue. El confinamiento en la cárcel se aflojó, pero no pudo poner fin a la cruzada de Guesde. Utilizando su ocio forzado, reformuló sus artículos, anteriormente redactados en respuesta a las explosiones de Paul Leroy-Beaulieu contra el socialismo, [50] escribió una refutación de la teoría de los servicios públicos de Brousse [51] y compuso, en colaboración con Lafargue, un comentario sobre el programa marxista. [52]

El trabajo de Guesde como periodista complementó su propaganda desde la tribuna. En 1883 se incorporó al equipo del diario socialista Le Cri du Peuple, fundado por Jules Vallès, ex comunero, romántico y novelista de segunda categoría. En una larga serie de artículos, Guesde exigió que el Estado destinara fondos para obras públicas y para el socorro durante la crisis de 1883 y 1884. En el mismo periódico, denunció la explotación despiadada por parte de los dueños de las minas durante la violenta huelga minera de Decazeville, en enero de 1886, atribuido por los enemigos de Zola a su inmortal novela Germinal. Además de las contribuciones regulares, Guesde tenía que escribir para el órgano semanal del partido, Le Socialiste, fundado en 1885, y para algunos periódicos provinciales, editados por miembros del partido.

[50] Le Collectivisme au Collège de France.

[51] Le Socialisme et les Services publics.

[52] Le Programme du Parti ouvrier, son histoire, ses considérants et ses articles.

A pesar de la agitación de Guesde y otros, la influencia del partido obrero fue restringida y su membresía fue pequeña durante la primera década después de la adopción del programa marxista. La prensa era débil, luchando con cargas financieras. La competencia de otros partidos y grupos socialistas, como los broussistas, los blanquistas y los reformistas independientes, confundió y desanimó a muchos que, de otro modo, se hubieran unido a las filas de los guesdistas. Y luego siempre estaban los que se asustaban ante los frecuentes y ardientes llamamientos de Guesde a la revolución. El voto de Guesde en las elecciones municipales y generales durante los años ochenta fue casi insignificante, limitado en el mejor de los casos a alrededor del uno por ciento del total de votos emitidos. Pero las teorías de los marxistas franceses estaban siendo plantadas por celosos propagandistas en los centros mineros y en la región industrializada del Norte. Sus ideas tuvieron eco en la Cámara de Diputados francesa, donde cuatro socialistas moderados, elegidos en 1885 con el apoyo de los «radicales», formaron un grupo parlamentario y emitieron una declaración que había sido redactada con la ayuda de los guesdistas. Uno de los diputados socialistas, Emile Basly, un minero y líder en la huelga de Decazeville, estaba cerca de Guesde y Lafargue, cuyos consejos buscó y aceptó fácilmente. [53] En el proceso de propaganda, Guesde y Lafargue simplificaron y distorsionaron las enseñanzas de Marx. La plusvalía, decían, era una corvée, era trabajo robado. El capital era una acumulación de robos cometidos en beneficio de la burguesía. Bajo el capitalismo, los obreros continuarían siendo robados y recibirían por su trabajo solo un salario de subsistencia. Solo en una sociedad socialista disfrutarían de todo lo que producían. El socialismo era inevitable -continuaban los guesdistas- porque el capitalismo tendía a la concentración, sentando así las bases para la propiedad colectiva. Los socialistas no eran innovadores cuando exigía la expropiación de unos pocos por muchos. Simplemente seguían el ejemplo de la burguesía que expropiaba al artesano de sus herramientas y al proletariado de gran parte de su trabajo. Pero la expropiación de la clase capitalista estaba supeditada a la conquista del poder político por parte de la clase obrera, dirigida por el partido obrero. [54]

[53] Le Cri du peuple, 14 de marzo de 1886. Véase Engels a Bebel, 15 de febrero de 1886, en Marx-Engels, Briefe an A. Bebel, W. Liebknecht, K. Kautsky, und Andere, Teil I (Moscú, 1933), p. 437.

[54] Guesde y Lafargue, Le Programme du Parti ouvrier, p. 23 ss.

Las reformas, decían los guesdistas, no podían efectuar ningún cambio radical en la sociedad burguesa. A lo sumo aumentarían el ocio de los trabajadores o restringirían el trabajo infantil. Los cambios políticos, como la revisión de la Constitución y la abolición del Senado, sólo servían para divertir a los «radicales» y a otros grupos políticos. Una reforma de los impuestos no aliviaría la pobreza de los obreros, ya que un descenso del coste de la vida implicaría una reducción de los salarios. La educación gratuita y laica no podía resolver la cuestión social, pues la ignorancia era el resultado de la pobreza y no su causa. Además, la educación laica significaba la sustitución de lo «fe cristiana» por la «fe capitalista» [55].

[55] Le Cri du peuple, 17 de enero, 2 de febrero, 6 de marzo de 1884; L’Égalité, 26 de marzo de 1882; Guesde, Le Socialisme au jour le jour, p. 268.

La nacionalización de ciertos servicios públicos -continuaban los guesdistas- era para los trabajadores tanto un engaño como una amenaza. En primer lugar, acabaría en el desánimo. En segundo lugar, los obreros perderían el derecho a la huelga y el Estado capitalista se fortalecería contra el proletariado revolucionario. El objetivo de los trabajadores no era la socialización parcial, sino la total [56].

El sufragio universal era una pantalla que ocultaba a los obreros su verdadera lucha. Las elecciones, sin embargo, eran útiles para despertar a los indiferentes, aclarar a los confusos y ganarlos para el establecimiento de la república social [57]. La democracia capitalista «engañaba a las masas con falsas apariencias». Implicaba «la ilusión de la igualdad» y sólo servía para debilitar el antagonismo entre el capital y el trabajo [58]. Pero la república burguesa era una etapa necesaria porque era la forma política bajo la cual se manifestaba mejor la agudeza de la lucha de clases.

[56] L’Égalité, 25 de junio de 1882.

[57] Le Cri du peuple, 29 de noviembre de 1884; 5 de enero de 1885; Guesde y Latargue, op. cit., p. 32.

[58] Le Socialiste, 18 de junio de 1887; Le Cri du peuple, 10 de septiembre de 1886.

La historia de Francia desde la Revolución Francesa, decía Guesde, mostraba que cada nuevo orden se había introducido por la fuerza. El 10 de agosto de 1792, un ataque masivo en París derrocó a los Borbones; la Revolución de 1830 instauró la monarquía burguesa; la Revolución de 1848 dio lugar a la Segunda República; el coup d’état de 1852 entronizó el Segundo Imperio; y la Revolución de 1870 restauró la república. Sólo una revolución, declaró, derrocaría el poder de la burguesía e instauraría el gobierno del proletariado. Pero tal revolución debía ser preparada por las «urnas» para «reclutar el ejército de expropiadores». Así, Guesde dio a entender que la conquista del dominio político de los obreros se lograría por una mayoría. Pero esta mayoría estaría dirigida por la élite revolucionaria, constituida como partido obrero y armada con el programa político y económico para el día después de la revolución. La misión de esta guardia avanzada del proletariado, decía, era tomar la maquinaria del Estado, aplastarla y organizar en su lugar el poder revolucionario o la dictadura del proletariado [59].

[59] L’Égalité, 8 de octubre de 1882; Le Cri du peuple, 2 de diciembre de 1885; Le Socialiste, 11 de febrero de 1891.

La revolución era inevitable. Sería mundial y surgiría de los antagonismos sociales derivados de una guerra mundial. Al igual que Marx y Engels [60], Guesde profetizaba que la revolución internacional comenzaría en la Rusia zarista y se extendería a otros países. Se desprendería del duelo anglo-ruso en Asia, conduciendo a la derrota de Rusia y al derrocamiento del zarismo. “Liberados de la pesadilla moscovita”, los trabajadores alemanes se alzarían entonces y conquistarían el poder político. La ola revolucionaria arrasaría el Imperio Británico, liberaría a Irlanda y Egipto y provocaría la revuelta en la India. La pérdida de los mercados exteriores británicos provocaría una crisis en Inglaterra que se convertiría en una revolución social victoriosa. Los obreros franceses, que ya no temerían una invasión alemana, se verían arrastrados por la rápida corriente revolucionaria [61].

[60] Véase Marx a Sorge, 27 de septiembre de 1877, en Sorge, op. cit., p. 156; Engels a Zasulich, 23 de abril de 1885, en Marx-Engels, Selected Correspondence, p. 437.

[61] Le Cri du peuple, 31 de marzo, 3 de mayo de 1885.

Los guesdistas estaban convencidos de que la revolución era inminente, de que podría estallar hacia el centenario de la Revolución Francesa [62]. Mientras el gobierno revolucionario central armaba a los trabajadores y tomaba posesión del tesoro público y de las instituciones financieras, las secciones del partido, actuando rápida y vigorosamente, cada una en su propio distrito, derrocarían a la burguesía por cualquier medio disponible. Actuando dictatorialmente bajo las órdenes del comité revolucionario central, para ganar el apoyo de los obreros industriales y rurales, las secciones locales distribuirían las existencias de mercancías incautadas, nacionalizarían los talleres, las fábricas y los bancos, y harían realidad las exigencias del programa del partido. No se privaría al pequeño productor de sus herramientas, ni al pequeño campesino de su parcela de tierra. Por el contrario, el segundo sería ayudado con créditos, herramientas, fertilizantes y asesoramiento científico. La revolución proletaria, prometían los guesdistas, sólo expropiaría a quienes se apropiaran del trabajo de otros. El periodo revolucionario se prolongaría hasta la aparición del comunismo. Con la desaparición de las clases, la razón de ser del partido obrero se vería socavada. «El partido de una clase», decían los marxistas franceses, «desaparece con las clases; un partido de lucha, termina su existencia con el objeto de la lucha». La misma suerte correría el Estado. Siguiendo a Engels, decían: «El primer acto por el que el Estado se convierte en el verdadero representante de toda la sociedad […] será al mismo tiempo su último acto como Estado. El gobierno de los hombres es sustituido por la administración de las cosas […] Una sociedad libre no puede tolerar la existencia de un Estado entre ella misma y sus miembros» [63]. Pero la desaparición del Estado estaba supeditada al supuesto de que, como resultado de la victoriosa revolución internacional, el socialismo ya hubiera triunfado al menos en la mayoría de los grandes países.

[62] Le Cri du peuple, 27 de noviembre de 1883; Le Socialiste, 19 de noviembre de 1887.

[63] Septième Congrès national du Parti ouvrier, 1884, p. 17 ss.; L’Égalité, 21 de mayo de 1882.

III

¿Qué pensaban Marx y Engels de los guesdistas? Durante la lucha contra los posibilistas, Guesde y Lafargue fueron apoyados por los dos dirigentes comunistas de Londres. Se referían a los guesdistas como «nuestros amigos» y a los broussistas como «los tácticos bakuninistas». «No puede haber paz con Brousse», escribió Engels a un amigo. «Es y sigue siendo un burdo anarquista que sólo ha concedido la participación en las elecciones» [64] Después de la ruptura en Saint-Etienne, Engels sostenía que los posibilistas no eran ningún partido porque carecían de un programa de acción unido. «En el mejor de los casos», dijo, «son un partido de Malon y Brousse […] Tanto los proudhonistas como los radicales ya no tienen ninguna razón para no unirse a ellos [65]. Si Guesde y sus seguidores eran una minoría, continuó Engels, al menos tenían el programa correcto, y eso era mejor «que tener un gran número de seguidores, pero nominales, sin un programa» [66].

 

[64] E. Bernstein, op. cit., p. 40, 82, 85 y 104.

[65] Ibíd., p. 84 s.

[66] Ibíd., p. 103.

Aunque Marx y Engels estaban a favor de los guesdistas contra los broussistas, no estaban totalmente de acuerdo con las acciones y declaraciones de sus discípulos franceses. Guesde y Lafargue, según los dos veteranos revolucionarios, eran culpables de falta de tacto y de impaciencia en sus relaciones con sus adversarios, lo que llevó a Malon y a Brousse a los brazos del otro. Guesde estaba demasiado ansioso por conseguir grandes resultados en su propia vida. Había heredado «la superstición parisina de hablar de revolución» [67]. A Engels le irritaba que Guesde no distinguiera entre los diferentes partidos republicanos, que afirmara que el republicanismo de Gambettai era preferible al de Clemenceau porque el primero al menos aclaraba la lucha de clases. “Él [Guesde] no se da cuenta», escribió Engels, «de la poca probabilidad que hay en Francia de llegar al socialismo desde la república à la Gambetta antes de pasar por la república à la Clemenceau. Sin ese conocimiento de la conexión históricamente necesaria y de la evolución probable de los asuntos, no se puede dirigir ventajosamente ninguna política de partido” [68] Mientras Engels desaprobaba el «purismo absurdo» de Guesde, la rigidez de su doctrina y su deseo, à la Bakunin, de dominar todas las organizaciones [69], Marx reprochaba a Lafargue que siguiera «multiplicando los incidentes inútiles» y que hablara con demasiada ligereza. «Me parece», escribió Marx a Engels, «que se parece demasiado a un oráculo» [70]. En su actividad, dijo Marx, Lafargue era «el último y más serio discípulo de Bakunin» [71]. Las teorías y tácticas de los dirigentes franceses estaban tan en desacuerdo con las de Marx y Engels que los dos observadores en Londres cuestionaron la derivación de la doctrina guesdista. «Es cierto», escribió Engels a Bernstein, «que el llamado ‘marxismo’ de Francia es un producto bastante especial». Y después de reflexionar sobre la versión francesa de sus enseñanzas, se dice que Marx dijo a Lafargue: «Una cosa es cierta, y es que yo no soy marxista» [72].

[67] Ibíd., p. 33, 46 y 86.

[68] Ibíd., p. 82 s.

[69] Ibíd., p. 30 y 104.

[70] Marx-Engels, Briefwechsel (Moscú, 1939), IV, p. 625.

[71] Ibíd., p. 678.

[72] E. Bernstein, op. cit., p. 93.

El núcleo de la crítica dirigida por Marx y Engels contra Guesde y sus amigos era su inflexibilidad doctrinal y su inadaptación a las condiciones y tradiciones francesas. La corrección de la censura de los padres del socialismo científico se puso de manifiesto más tarde en el curso de la política guesdista hacia el sindicalismo y hacia los problemas nacionales que despertaron un amplio interés de las masas. Desde el principio de su existencia separada como partido, los guesdistas declararon que su política era entrar en los sindicatos, «para levantar la bandera socialista» y «promover la formación de federaciones nacionales de oficios» [73]. Siguiendo estas decisiones, ayudaron en 1886 a crear la Federación Nacional de Sindicatos de la que obtuvieron el control al año siguiente. Ahora, la penetración y el control de los sindicatos era bastante justificable y constituía una buena táctica marxista, siempre que se prestara atención a las necesidades y a las luchas diarias de los trabajadores, en las que la Federación actuaba como fuerza rectora y propulsora. La clase artesana francesa era numerosa, arraigada en el provincialismo y el individualismo. Los que se habían visto obligados a abandonar sus antiguos oficios rara vez perdían la esperanza de retomarlos. Entre los trabajadores con esta psicología, los dirigentes de los sindicatos podrían haber tenido éxito si hubieran ejercido la paciencia. Al mismo tiempo que llevaban a cabo una lucha incesante por un mayor nivel de vida, la Federación debería haber promovido la educación y la seguridad obreras, haber creado oficinas de empleo, haber suministrado información sobre las condiciones laborales y haber organizado una parte de la vida social de los trabajadores. Pero los dirigentes guesdistas se precipitaron. Convencidos de que la revolución social estallaría en un futuro próximo, descuidaron las necesidades inmediatas de los trabajadores y convirtieron la Federación Nacional en un motor de guerra al servicio del partido obrero. La Federación perdió gran parte de sus miembros y dejó de existir después de 1895. Fue sustituida por dos organizaciones bajo influencia anarquista: en primer lugar, por la Federación de Bolsas de Trabajo, creada en 1892 con la ayuda de los allemanistas, una facción política que se había escindido de los broussistas dos años antes; y en segundo lugar, por la C.G.T., fundada en 1895, que posteriormente absorbió a la Federación de Bolsas de Trabajo. La dirección del movimiento sindical pasó de los guesdistas a los anarquistas. No fue un guesdista, sino alguien que se había pasado del guesdismo al anarquismo, Fernand Pelloutier, quien llegó a ser considerado como el teórico de los obreros organizados franceses. Y no fue el guesdismo, sino el sindicalismo revolucionario, el que surgió como filosofía social rectora de la Confederación General del Trabajo.

El esquematismo doctrinal de los guesdistas se trasladó también a cuestiones nacionales cruciales. El anticlericalismo siempre ha sido una cuestión que ha agitado a las clases bajas francesas. La Iglesia católica en Francia se había puesto del lado de la reacción, incluso bajo la Tercera República, y cualquier campaña para frenar su poder evocaba el apoyo general de las masas. Pero fueron los socialistas radicales y otros partidos republicanos los que lideraron la lucha anticlerical y sacaron provecho político de ella. Guesde y su partido se mantuvieron al margen y lo descartaron como un problema burgués.

[73] L’Égalité, 21 de mayo, 8 de octubre de 1882; Septième Congrès national du Parti ouvrier, p. 15.

El sectarismo estrecho también menoscabó el papel de Guesde en las luchas contra la reacción durante los asuntos Boulanger y Dreyfus. Los escándalos políticos, las costosas guerras coloniales y la indiferencia del gobierno ante las reformas sociales en la crisis de 1884 habían desacreditado a los políticos republicanos moderados y levantado una ola de descontento sobre la que el general Boulanger, antiguo ministro de la Guerra en dos gabinetes, intentó cabalgar hacia el poder e instaurar una dictadura amilitar. Contra esta amenaza de la derecha, los republicanos liberales, los «radicales» y los socialistas reformistas establecieron una alianza republicana, comparable a un frente democrático, con una organización central conocida como la Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que contribuyó en gran medida al hundimiento del movimiento boulangista en 1889. Los guesdistas, en cambio, no hicieron ninguna distinción entre boulangistas y progresistas. Por el contrario, los guesdistas, junto con el pequeño grupo de blanquistas de izquierda, bajo el liderazgo de Edouard Vaillant, condenaron tanto a los boulangistas como a sus oponentes republicanos por igual, ya que «ambos eran partidarios del sistema capitalista» [74]. Mientras Guesde se mantenía por encima del estruendo de la agitación de masas, esperando que el orden social burgués se derrumbara como los muros de Jericó, fueron los «radicales» y los socialistas reformistas quienes aparecieron en el papel de portadores del escudo de la democracia y el republicanismo.

[74] Le Cri du peuple, 6 de diciembre de 1888; Aux travailleurs de France, p. 3 ss.

Casi una década después, Guesde aplicó una táctica similar en el caso Dreyfus. La carta de Zola «J’Accuse» explotó como una bomba en medio del affair, dividiendo a la nación francesa en dreyfusards y antidreyfusards. Republicanos, «radicales» y socialistas se lanzaron de nuevo a la defensa de las libertades democráticas. George Clemenceau, Anatole France y Jean Jaurès, elocuente portavoz del revisionismo francés, tomaron la delantera en la batalla por el oficial judío condenado ilegalmente. «Dreyfus, injustamente perseguido», dijo Jaurès, «ha sido despojado de todo carácter de clase; no es más que la humanidad misma en su más alto grado imaginable de sufrimiento y desesperación». «Dreyfus, condenado falsa y criminalmente por la misma sociedad que combatimos, se ha convertido en una aguda protesta contra el orden social […] un elemento de revolución» [75]. Guesde respondió con su conocida política de espléndido aislamiento. Dreyfus era un burgués, dijo. Los socialistas no deberían dejarse distraer de los problemas reales por un asunto que sólo afectaba a la burguesía. «Los obreros no deben interferir en una lucha que no es la suya» [76]. Pero el proletariado no escuchó la advertencia de Guesde; siguió al infatigable y enérgico Jaurès en la lucha y llevó a cabo la tarea revolucionaria de poner a la reacción contra la pared. En adelante, fue el gran orador socialista quien figuró como líder reconocido del movimiento socialista francés. Guesde fue oscurecido por Jaurès. Al igual que el guesdismo había sido sustituido por el sindicalismo revolucionario como credo oficial de los sindicatos federados, también fue eclipsado por el revisionismo en el partido socialista, unificado en 1905. Una de las razones principales fue la política de aislacionismo de Guesde o «purismo absurdo», como lo había llamado Engels.

[75] La Petite république, 10 de agosto, 3 de octubre de 1898.

[76] A ux travailleurs de France, p. 74.

El socialismo de Guesde se había reducido a una serie de fórmulas silogísticas. De ahí que fuera incapaz de evaluar las crisis nacionales e internacionales que estallaron como volcanes después de 1905. En el partido socialista francés encabezó una facción que atacó la política de los jauristas, y en la Segunda Internacional compartió la dirección del Centro con Karl Kautsky y George Plekhanov. Al estallar la Guerra Mundial imperialista en 1914, Guesde se unió a la causa de la defensa nacional, a la que se había adherido en varias ocasiones desde 1893, y se convirtió en miembro del Ministerio de la Guerra, simbolizando así la ruptura de la Segunda Internacional. Los sucesivos gobiernos de Rusia, desde Miliukov hasta Kerensky, contaron con su apoyo incondicional, pero el ascenso de los bolcheviques al poder, que no encajaba del todo con su esquematismo, le dejó perplejo. Más tarde esta perplejidad se convirtió en hostilidad. Pero se opuso categóricamente a la intervención de los aliados para reprimir la Revolución Rusa, alegando que sólo los rusos debían «decidir su propio presente y su futuro» [77]. Guesde no vio que con los bolcheviques en el poder se había abierto una nueva era en la historia del mundo. Desde su lecho de enfermo abogó impotentemente por una Internacional Socialista y trató de evitar que el partido unificado se dividiera en socialistas y comunistas. Pero antes de su muerte, en 1922, se produjo el cisma en las filas socialistas y obreras francesas.

[77] Citado en Zévaès, Jules Guesde (París, 1928), p. 179.

IV

En una sociedad desgarrada por las guerras imperialistas, las tácticas de Guesde resultaron rígidas y anticuadas. Se adaptaban mejor a la época pos-Comuna, cuando el movimiento obrero, tímido y cooperativista, necesitaba urgentemente una clarificación y una dirección. El mérito de Guesde es que, en un país impregnado de idealismo utópico y sentimentalismo revolucionario, plantó las enseñanzas del socialismo científico, del que se convirtió en el más dinámico defensor y divulgador. Fue Guesde quien fundó el primer periódico marxista en Francia. Fue su propaganda electrizante la que ayudó a ganar a los obreros organizados a la doctrina marxiana en el Congreso de Marsella. Fue él quien impidió que los posibilistas destrozaran el programa marxista del que se convirtió en uno de los mayores defensores de Francia. En un movimiento obrero surcado por el individualismo y el anarquismo proudhoniano, construyó un partido obrero centralizado y disciplinado que mantuvo en alto la bandera marxista. Los principales defectos de Guesde fueron que quiso acelerar el movimiento de la historia más allá de su capacidad de movimiento, que alejó a su partido de los movimientos nacionales de masas, cuya importancia no supo medir. Pero estos defectos eran las limitaciones del pionero. Los caminos abiertos por Guesde y sus seguidores han sido retomados y ampliados por los marxistas franceses contemporáneos.

Traducción: Iván Piermatei

[77] Citado en Zévaès, Jules Guesde (París, 1928), p. 179.