Artículo publicado en El Socialista n° 4, Madrid, 2 de abril de 1886, p. 2.
LOS SUCESOS DE BÉLGICA
Primero Decazeville, después Londres y Mánchester, hoy las poblaciones mineras y fabriles de Bélgica vienen a dar la razón a los socialistas, que hemos sostenido siempre que la revolución proletaria, la revolución armada, surgiría de los conflictos internacionales y de las crisis económicas. La huelga de Decazeville, que ha llevado el espanto a la burguesía francesa; las manifestaciones de Londres y Mánchester, que sorprendieron a la burguesía inglesa y alarmaron a la clase posesora en general; y por último, las huelgas y los cómbales que en estos momentos se riñen en Bélgica, donde el capitalismo, temeroso de que sus privilegios desaparezcan ante el huracán revolucionario, ha puesto en juego la fuerza armada de que dispone; todos estos hechos, decimos, tienen un solo origen: la crisis de trabajo, que se traduce siempre para los obreros en falta absoluta de medios y en explotación desenfrenada, loca, elevada a su mayor potencia.
Sorprenderá a muchos que Bélgica, ese país regido con arreglo al más puro constitucionalismo, donde no existen consumos y los derechos do reunión, asociación y prensa son más amplios todavía que en la República francesa, sea teatro de los graves sucesos que todos conocen. Esta sorpresa nace de conceder a las libertades políticas un valor que no tienen y de negárselo a los hechos económicos.
A pesar de su constitucionalismo, a pesar de las libertades políticas, Bélgica es el país en que el obrero gana menos jornal, y por consiguiente es más explotado. Los mineros, cuyo número según las últimas estadísticas asciende a 105.000, reciben mi salario de 3 francos. ¡Qué remuneración para un trabajo tan duro y peligroso como el de las minas!
La causa, pues, del terrible movimiento obrero que hay en Bélgica, el motivo originario de esa lucha tremenda que en estos momentos riñen los obreros de Charleroi, Mons y Lieja, armados de hachas, picos y garrotes, contra los soldados, provistos de sables, fusiles y cañones, no está en las excitaciones revolucionarias de media docena de individuos, hállase tan sólo en los continuos sufrimientos, en el agudo malestar, en la terrible hambre de que hoy son víctimas aquellos obreros.
Como ha dicho muy bien Verheyden en la reunión celebrada por el Partido Obrero en Bruselas, el gran instigador de la sublevación de los trabajadores es la miseria. Sí, la miseria, que agotando la paciencia de los que mueren de hambre en medio de la mayor riqueza, ha despertado en ellos su energía y hécholes acudir a la rebelión.
El estado de esta es hoy grave, según indican las últimas noticias y telegramas.
El Gobierno, viendo el peligro que corren los intereses de la burguesía, ha dado órdenes terminantes a la tropa de que proceda contra los rebeldes sin consideración ninguna, de que haga fuego sin piedad.
Esto, sin embargo, no tranquiliza a los burgueses, muchos de los cuales han enviado sus valores al Extranjero y otros refugiádose en Bruselas, donde se consideran más seguros que en otro parís.
Las huelgas y la agitación entre los obreros se extienden y avanzan como irritada ola. No es ya sólo en Lieja y Charleroi donde el trabajo ha cesado, sino también en la importante cuenca minera de Mons y en otras partes.
Los obreros de las canteras de Tournai y de las fábricas de hilados de Verviers se han alzado también, tomando parte en el movimiento. Igual han hecho los trabajadores empleados en las fábricas de vidrio.
En la lucha con la tropa, los obreros, no obstante servirse sólo de hachas y palos, han dispersado varias veces a los soldados, causándoles gran número de bajas. Un grupo de 32 lanceros fue rechazado a pedradas.
Cuando los obreros se ven acosados, presentan heroicamente sus pechos a las balas.
Algunas mujeres, adelantándose a los grupos, gritan a los soldados: «¡Matadnos también!»
A Seraing, donde el conde de Flandes tiene propiedades por más de un millón de pesetas, se han enviado tres batallones de línea, dos de carabineros y uno de lanceros.
Charleroi está convertido en un gran campamento militar.
En Lieja han sido presos por insubordinación muchos soldados.
El general Van der Sraissen, antiguo ayudante de Maximiliano en Méjico, ha dado una proclama diciendo que la represión será sin cuartel.
Como consecuencia natural de la lucha, han sido destruidos por los obreros bastantes palacios y quemadas muchas fábricas.
Las prisiones están atestadas de socialistas.
Gran número de obreros, muchos de ellos sin haber tomado parte directa en la insurrección, han sido fusilados. Este y otros actos por el estilo aumentan la indignación de los insurrectos.
El Pueblo, órgano del Partido Obrero Belga, ha aparecido de luto con motivo de la cruel matanza hecha por los soldados entre los trabajadores.
Tal es el estado de la pelea entre los burgueses y los obreros belgas al entrar en máquina El Socialista.
Acontecimientos tan transcendentales como los allí ocurridos y los que han tenido lugar recientemente en Decazeville, Londres y Mánchester enseñan a todos, burgueses y obreros, que la sociedad capitalista está completamente minada por la cólera proletaria, y una de dos: o la burguesía se dispone a ceder en sus privilegios, a disminuir la explotación que ejerce sobre sus siervos, o el régimen burgués salta hecho mil pedazos.