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ARCHIVO OBRERO

Cartas de Londres a Madrid (17 y 24/11/1887)

Correspondencia publicada en El Socialista n° 93, Madrid, 16 diciembre 1887.

Londres, 17 de noviembre de 1887.

También nosotros hemos tenido nuestra «jornada» el 13 de este mes. Londres, metrópoli del país de la armonía entre el capital y el trabajo, se ha visto en dicho día en estado de sitio. La campaña que desde hace algunas semanas han emprendido los obreros contra la policía, ha dado lugar el 13 del corriente a colisiones sangrientas. Los obreros, como dije en mi última carta, defendían el derecho de reunión, garantido por la ley, y la policía era la que se rebelaba.

Desde el 9 de noviembre habíase establecido una vigilancia rigurosa en la plaza de Trafalgar con objeto de impedir toda reunión, porque todos los clubs, no solamente socialistas, sino radicales, habían decidido hace 15 días convocar para el 13 de noviembre un meeting monstruo en dicha plaza, a fin de protestar contra la política del Gobierno en Irlanda, y principalmente contra la captura de O‘Brien y el infame tratamiento a que se le ha sometido. El Gobierno creía que prohibiendo la manifestación daría fin de todas las reuniones al aire libre y suprimiría así toda libertad de reunión a los trabajadores, pues Londres no tiene locales cerrados y cubiertos bastante amplios para contenerlos.

Amenazadas en su derecho político más importante, las organizaciones obreras resolvieron no hacer caso del ukase ministerial y presentarse entre tres y cuatro de la tarde en el lugar prohibido.

Naturalmente, no es cosa fácil dar cuenta detallada de todos los acontecimientos de la «jornada»; «el campo de batalla» era demasiado para poder observar todo lo que en él ocurría. Por tanto, algunos incidentes, escogidos entre los más característicos, bastarán para daros idea de la manifestación.

De todos los puntos de la metrópoli llegaban columnas con banderas rojas y verdes y músicas al frente. La columna menor se componía de 5 a 6.000 personas, y la más numerosa contaba hasta 30.000. Antes de dirigirse a sus barrios respectivos, los manifestantes habían recibido instrucciones para el caso de que fueran agredidos por la policía. Habíase dado orden de no atacar y de llegar por todos los medios posibles al sitio de la cita, es decir, a la plaza de Trafalgar.

Así se llegó sin obstáculo a las calles vecinas; pero allí comenzó, sin intimación alguna, la agresión de la policía, que estaba oculta en las callejuelas cercanas. Los agentes se arrojaron como fieras con sus grandes rompecabezas sobre los manifestantes pacíficos y sin armas.

Siguiéronse escenas de salvajismo, pues los rompecabezas se movían a diestro y siniestro e indistintamente sobre hombres, mujeres y ancianos, los cuales caían en tierra inanimados

Sin embargo, una masa enorme se había concentrado en torno de la plaza de Trafalgar —que con los 100.000 hombres de las diversas columnas, contenía más de 200.000 personas— que, entre cuatro y cinco, hostigada por la policía, se movía como un mar furioso.

En la plaza y sus alrededores hormigueaban polizontes de a pie y de a caballo, entreteniéndose los últimos en arrojar sus monturas al trote sobre la multitud, pisoteando cuanto encontraban por delante. Calculándolos en 10.000 quedo muy por bajo de la cifra real.

Por fin, algunos minutos después de las cuatro, el diputado Cunningham Graham, de Glasgow —el mismo que en el Congreso de los mineros escoceses acaba de declararse socialista y marxista— hizo una atrevida tentativa.

Llegado expresamente de Glasgow a Londres para prestar su apoyo a los manifestantes, se puso a la cabeza de una columna. Pero la policía cargó sobre él con furor y fue detenido casi inmediatamente y al mismo tiempo que el conocido orador Burns: éste estaba todo ensangrentado por un golpe de rompecabezas recibido en la frente.

Entonces ya la muchedumbre, fuera de sí, devolvió golpe por golpe, y la policía, un momento atemorizada, retrocedió; pero fue para dejar lugar a un regimiento de coraceros y a otro de infantería, bayoneta calada y con 20 cartuchos por hombre.

Tomando valor con este refuerzo, los agentes volvieron a hacer maravillas; por otra parte, estaban excitados por los refrescos que se les distribuían ampliamente, como también a los soldados. Durante tres cuartos de hora vióse a aquel verdadero ejército combinando el asalto, arrojando las destrozadas filas de los manifestantes bajo las ruedas y caballos de los ómnibus y sobre los cristales rotos de las tiendas.

La batalla duró hasta las cinco. Naturalmente, es imposible precisar el número de los heridos porque sólo una pequeña parte de ellos ha encontrado sitio en los hospitales, donde, no obstante, se contaban por centenares. Sólo en el Hospital de Charing-Cross pasaban de 50. Según los periódicos, el número de las personas detenidas pasa de 400.

En suma, la policía ha conseguido la victoria, pero una victoria a lo Pirro. Los obreros no habían ido a batirse, sino a protestar, y si se han batido es porque se han visto obligados a ello. Aunque han llevado la peor parte, los obreros no han dejado por eso de confirmar su voluntad y probar su valor en la defensa de sus derechos, al reunirse en número de 200.000 en la plaza de Trafalgar, y al tener a raya, sin armas, a la soldadesca y a una policía armada hasta los dientes.

Si el Gobierno inglés, y con él todos los hombres «respetables», buscan la lucha, la batalla, la tendrán. Los obreros de Londres no se han dejado intimidar por la «jornada» del 13 de noviembre; al contrario, ahora más que nunca se hallan decididos a resistir.

La «jornada» les ha demostrado que la burguesía no quiere tolerar los actos de los obreros independientes y conscientes. Es una lección de la cual se aprovecharán, sin contar con que, después de lo que ha pasado, creo que nadie presentará el proletariado inglés a los trabajadores del Continente como modelo de armonía entre el trabajo y el capital.—A. BIRD.

                                                                                   ________

                                                                                                                                       Londres, 24 de noviembre.

El meeting anunciado para el 20 de este mes en la plaza de Trafalgar sólo se ha efectuado en Hyde-Parck, no porque los clubs obreros hayan retrocedido ante los policías oficiales y los de afición. No; los clubs han intentado procesar a la policía por haber declarado propiedad de la reina la plaza de Trafalgar a fin de impedir que se celebren meetngs en ella. La plaza está a cargo de la ciudad, y, por consecuencia, es propiedad comunal, y ni la policía ni el Gobierno tienen derecho para prohibir ningún meeting en Trafalgar.

He ahí por qué el gran meeting ha tenido lugar en Hyde-Parck. No obstante, el Gobierno había tomado precauciones y hecho ocupar la plaza por muchos miles de agentes y constables voluntarios que se consumían aguardando la llegada de un enemigo… todavía por venir.

Entre los voluntarios de la policía había pequeños burgueses y estudiantes, sí, estudiantes deseosos de romper algunas cabezas de manifestantes. En cambio, no había ningún obrero. Debo añadir que el número de aficionados a polizontes no ha correspondido esta vez a las esperanzas de nuestros gobernantes, que contaban con reunir lo menos 50.000 voluntarios, y apenas si los alistados llegan a 6.000.

El número de estos sportsmen no ha cesado de disminuir desde 1848: en este año se pudieron reunir contra los cartistas hasta 250.000 polizontes de afición. En 1886, cuando el gran meeting obrero en Hyde-Parck, no fueron más que 35.000, y esta vez menos de 6.000.

Durante todo el día 20 de noviembre, estos imbéciles salvadores del orden han tenido que sufrir las chanzas y burlas de los chuscos y de los transeuntes.

Mientras tanto, en Hyde-Parck se efectuaba una manifestación imponente; más de 100.000 hombres asistían al meeting. Habíanse levantado cinco tribunas, en lo alto de las cuales algunos de los oradores arengaban a la multitud. Adoptáronse enérgicas resoluciones contra la detención del patriota irlandés O‘Brien y contra la intervención de la policía el 13 de este mes en la plaza de Trafalgar. La muchedumbre estaba irritada contra los polizontes aficionados, y muchos de ellos recibieron sendas palizas.

En suma, el meeting se ha llevado a cabo sin ningún desorden.

Los obreros ingleses han comprendido al fin que están ahora abandonados de sus «amigos» los liberales y radicales, los cuales, como Gladstone y Bradlaugh, han caído del lado del Gobierno, a pesar de que éste pisotea los derechos más antiguos del pueblo inglés. Los liberales y los radicales, por lo menos sus jefes, se ponen al lado del Gobierno en contra de los obreros. Un solo diputado, Cunningham Graham, ha venido en auxilio de los manifestantes; los demás se han quedado en su casa.

¡Tanto mejor para los obreros ingleses! Ahora avanzarán en la formación de un partido político obrero independiente, y los socialistas tendrán un campo favorable para su propaganda. 

A. BIRD.

Cunninghame Graham

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