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ARCHIVO OBRERO

«El sindicato y el partido»

Artículo publicado en Unión Sindical n° 12, 24 de junio de 1922, p. 1.

El sindicato y el partido

Dentro de la organización obrera tenemos esta dualidad con la cual chocamos en todo momento:

El partido político que tiende por todos sus medios al afianzamiento del poder estatal con todos sus resortes jurídicos, militares y capitalistas, y el sindicato que niega en sus principios y métodos de lucha el estado con sus leyes, sus privilegios, motivo de la desigualdad de clases, base fundamental de la explotación de los trabajadores.

Entre el partido político (por muy avanzado que parezca con sus programas máximos y mínimos), y el gremio, no hay, no puede haber relación ninguna frente al problema social en el cual va implícitamente comprendida la libertad económica y política de los pueblos.

La misión de todos los partidos es reformar ciertas fases de la vida del proletariado, es decir, procurarles más salario, menos horas de trabajo, mejor vivienda, cierto “aparente control en la producción” pero siempre y a condición de que sigan sometidos al estado, que no salgan de la condición de parias, que no quebrante nada de lo estatuido y se dejen explotar el producto de su sudor para mantener y beneficiar la vida parasitaria de la burguesía.

Debemos tener en cuenta que el estado está compuesto por burgueses que tienen intereses creados, antagónicos con los de la clase proletaria, y de esto se desprende el que esos representantes del pueblo todo cuanto hagan, sancionen y legislen desde el poder ha de redundar en su provecho y en perjuicio inmediato de los trabajadores.

“Nadie tira piedras a su tejado”, mejor dicho, los trabajadores no deben esperar nada que les beneficie ni les saque de la miseria moral y material, la acción de los partidos políticos.

¿Qué relación existe entre un jefe de partido (burgués) político (bautícese con el nombre que quiera) y un obrero adherido a ese partido? Ninguna.

Los intereses de uno y otro se chocan, se repelen, son enemigos irreconciliables.

En tanto el jefe del partido como legislador impone leyes de opresión y acatamiento; en tanto aprueba y mantiene el privilegio de una casta (a la cual pertenece en cuerpo y alma) que detenta la riqueza social; en tanto como patrón explota en la mina, en el campo, en la fábrica, y en el taller a su correligionario, el obrero resulta al fin víctima dos veces.

Como afiliado al partido sometido a la imposición del jefe, como trabajador expoliado por el patrón jefe.

Hemos dicho que entre el sindicato que lucha por su emancipación integral y el partido político que brega por el mantenimiento del poder, no hay maridaje ni convivencia posible.

O se niega rotundamente el partido o se desconoce el sindicato.

Nos parece imposible ese desdoblamiento, es decir, esa dualidad que mantienen muchísimos obreros al querer tener los pies metidos en el sindicato y la cabeza en el partido. Esto es absurdo.

Ya sabemos que guía a todo partido la conquista del poder con todos sus resortes opresivos, y también sabemos que los fines y medios de lucha de los sindicatos revolucionarios no son otros que los de destruir todo el poder atentatorio a la libertad de los productores.

La posición de un obrero afiliado a un partido y a la vez asociado a un sindicato (que rechaza implícitamente toda acción política por estancadora del progreso y atentadora a la emancipación del proletariado), es dual, sospechosa, asaz imposible. Con tirios o troyanos, con el sindicato o con el partido.

Por otra parte esa situación de obrero siempre bajo el yugo capitalista, y esa otra de militante (léase peldaño) de un partido, nos resulta algo como una serpiente mordiéndose la cola, o mejor, lo que se defiende en la política se niega en el sindicato, lo que en el partido se afirma se refuta en el gremio a que se pertenece.

“Yo soy sindical en el sindicato y político en el partido”, dicen frecuentemente esos duales. Y no se les puede creer. Sea cual fuere el color de los partidos el fondo no varía, la aspiración es la misma en todos los lugares y tiempos.

Las ansias de dominio es el manjar de todos los partidos políticos, el que rumian con más fruición, siempre.

¿Qué afinidad hay entre los intereses económicos y morales de un obrero afiliado a un partido y sus dirigentes? Estos:

Mientras el uno explota, el otro es explotado; mientras el uno es oprimido, el otro (el jefe) es opresor, mientras el obrero vive en la orfandad, el otro (el mandarín) vive en la opulencia; en una palabra; la afinidad de intereses entre un obrero afiliado a un partido y “sus’’ jefes, es la misma que la del lobo y el cordero.

Supongamos un obrero que milita en un partido y trabaja en la fábrica o campo del cual es patrón el jefe de su partido, en pésimas condiciones: ¿Qué hace ese obrero?

Si se declara en huelga, el patrón no le reconoce ningún derecho como proletario, le niega todas las mejoras y condiciones de vida, pero como “buenos camaradas afiliados a un partido” se entienden admirablemente.

¡Qué sarcasmo!

Aquí cuadran todas aquellas palabras de un cura chusco que dijo:

“Todos somos hermanos ante Dios, pero ante la torta ¡quiá!”

Pero, supongamos más; supongamos que la huelga entre el patrón-jefe y sus afiliados adquiere proporciones violentas, y los intereses del burgués, legislador y político peligran, ¿qué sucederá?

Que en nombre de los privilegios, de la propiedad privada, del orden, del derecho a la explotación de la vida del jefe, pone frente a los huelguistas las fuerzas del estado (del cual es miembro integrante) y los masacra sin preocuparse si son militantes de su partido. ¿Quién puede negarnos esto?

El obrero que milita en un partido se forja sus propias cadenas, se niega a sí mismo y es un eterno puntal del estado y sus esquilmadores.

O con el sindicato por la liberación completa o con el partido por la esclavitud perpetua.

Este es el dilema, productores.

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